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¡Buenos días, Año Nuevo!
¡Buenos días a ti, que peregrinas en sus horas!
Abrimos la puerta del año 2022, nos asomamos y disponemos a sus sorpresas. Lo hacemos con esperanza y curiosidad, con confianza y con incertidumbres. ¿Qué nos traerá? ¿Qué le daremos? ¿Qué será de nosotros? ¿Qué nos espera? ¿Qué esperamos? El tiempo pasado nos pertenece; el futuro, todavía no, pero podemos soñarlo, desearlo, prepararlo, compartirlo.
¡Qué bueno que el inicio del Año Nuevo nos encuentra en el tiempo de Navidad, cuando contemplamos y adoramos al Niño Dios y Señor, principio y fin del tiempo! Él es la fuente y quien sostiene nuestra esperanza. El que haya hecho casa entre nosotros nos da confiada confianza para iniciar bien el año, caminar con rumbo seguro, alimentar nuestra esperanza con todo e ilusiones y esperas.
Todos nos deseamos dicha y felicidad al iniciar esta nueva oportunidad en nuestra vida. Es buena costumbre llenar los pulmones y el corazón de anhelos. No dejemos que el drama de nuestras incertidumbres nos ahogue en nuestros desencantos e inseguridades. Cada criatura, al nacer, -decía Tagore- nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres. Es cierto, detrás de una vida siempre hay aliento para continuar, o para comenzar de nuevo, por muchas que sean las dificultades.
Estamos iniciando un nuevo año, un tiempo adicional de gracia.
Hay que aprovecharlo aportando los dones y talentos que hemos recibido y cultivado. Recordemos que la imaginación y la creatividad hacen del ser humano una fuente inagotable de posibilidades en todos los ámbitos de la vida, con ellas habremos de perfilar los cambios que debemos hacer en nuestra visión de la vida y los comportamientos que necesitamos asumir para ser protagonistas de nuestro futuro.
Aprendamos de lo vivido el año que acaba de terminar: lo esencial de la vida, nuestra fragilidad, la humildad de aceptar que no somos dioses, la imperiosa necesidad de la familia que nos abraza en todo momento, la necesidad de un tejido social sano con valores éticos y morales no negociables…
El buen y feliz año que anhelamos está en la Providencia de Dios y en nuestras manos. Vivirlo requiere humildad, -mucha humildad- compasión, generosidad, sabiduría, audacia… y, desde luego, una fe inquebrantable en Dios.
Que Dios nos bendiga y nos guarde.
Que haga brillar su rostro misericordioso sobre nuestra familia y nuestros proyectos.
Que nos conceda salud y la anhelada paz social.
Que la Virgen María y todos los Santos intercedan por nosotros.
Un abrazo fraterno de empatía, aprecio y solidaridad en estos días de recuerdos de quienes no alcanzaron a llegar para celebrar estos días con nosotros.
Con deseos de abundantes bendiciones para cada día del año, bendigo a ustedes y a quienes los acompañan.
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