Justo al mediodía de este domingo, las campanas de las iglesias de Zacatecas repicaron al unísono en homenaje a las personas que han fallecido durante el último año a causa del Covid-19 o por causas naturales, vejez, accidentes y también por la violencia.
A lo largo de un año, en la entidad han fallecido un total de dos mil 785 personas a causa de la Covid-19 y muchos de ellos no pudieron tener una despedida como se hubiera querido.
En algunas iglesias se tomó la iniciativa de realizar una ofrenda de luz, llevaron una veladora para encenderla en memoria de las víctimas de la pandemia.
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El obispo de la Diócesis de Zacatecas, Sigifredo Noriega Barceló, recordó a esas personas tan significativas en nuestra vida, “personas que han construido con su vida lo que hoy nosotros somos, están en manos de Dios y esta iglesia suplicante ora por cada una de estas personas”.
Según lo que se ha vivido durante todo este año, “cómo interpretaríamos este año, lo que hemos vivido, sufrimiento, sufrimiento acumulado 365 días, amor, amor hasta entregar la vida, amor hasta dar la vida, cómo describirías, cómo hay historias, pero cada una de estas historias es única, cada familia lo ha vivido en un miembro o en varios miembros, cuántos hijos han sepultado a sus padres, cuántos padres han sepultado a sus hijos, cuántos hermanos han sepultado a sus hermanos, cuantos amigos hemos sepultado a nuestros amigos”.
La vida no cabe en números
Sigifredo Noriega Barceló sostuvo que la vida no cabe en números. “Cuántas personas, en cuántas familias, hicimos una afirmación de búsqueda, queremos ver a Jesús, cuántos gritos, lamentos, quejas, dónde está Dios cuando alguien sufre, quizá la pregunta más difícil de responder en toda la historia humana, dónde está Dios cuando una persona inocente sufre, cuando una persona joven muere, cuando el dolor nos desgarra, aunque sea persona adulta mayor, queremos ver a Jesús”.
Cada uno escuchó esa respuesta, en muchos de nuestros hermanos que murieron queremos ver a Jesús, le pusieron el Cristo del crucifijo en sus manos.
Recordó que “ahora que estuve el mes de enero esperando el final de mi papá, que también tuvo Covid, logró salir adelante a sus 95 años, me llevé la primera cruz pectoral que usa sobre el pecho el obispo y me la llevé para que el día que Dios lo llamara se lo pusieran en sus manos, a mí me hubiera gustado ese momento estar ahí, papá vive todavía, pero le deje la encomienda a mis hermanas, a mis hermanos, el día que Dios lo llame pónganle esta cruz”.
“Hemos visto de lejos, hemos imaginado de lejos partir a alguna persona conocida amada, no solamente descanse en paz, ha llegado la hora no del absurdo, no de la destrucción, ha llegado la hora de su glorificación”.
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