San Ignacio de Loyola nació en el Castillo de Loyola en España hacia el año de 1491 y murió en Romo en 1556.
De joven ingresó como soldado y sirvió al Duque de Nájera y en 1521 participó en la Defensa de Pamplona, resultando con una pierna rota, por una bala de cañón.
Durante su convalecencia, encontró una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos y, aunque era aficionado a las lecturas de aventuras caballerescas, comenzó a leerlas pasando horas enteras, influenciándolo incluso para decidir cambiar de vida y fundar un Instituto.
Estudió en las universidades de Alcalá; de Salamanca y finalmente, en la de París, fue en la ciudad luz donde hizo votos de consagrarse a Dios con varios compañeros; en 1538 fue ordenado sacerdote en Roma.
Constituyó la Compañía de Jesús, o Jesuitas, para la que escribió las Constituciones (aprobadas por el Papa Paulo III en 1540) y en la que fungió como Superior General.
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Escribió sus Ejercicios espirituales, obra de valor teológico profundo y apta para la educación espiritual de los fieles.
Fue canonizado por el papa Gregorio XV en 1622 y Pío XI lo llamó “Patrón de cuantos practican los ejercicios espirituales” (1922).
Sus imágenes lo presentan vestido con la sotana negra y por atributos se le asigna un crucifijo, el libro de sus ejercicios y el lema latino “Ad majorem Dei gloriam” (Por la mayor gloria de Dios), abreviándose en las letras A.M.D.G.
La Orden de los Jesuitas
Hay jesuitas destacados como el Papa Francisco; varios santos y beatos, entre ellos el padre Miguel Agustín Pro; intelectuales como Lorenzo Ricci, o tan polémicos como Teilhard de Chardin, y de mentes brillantes como Francisco Javier Clavijero.
A la fecha, la Compañía de Jesús es una de las más numerosas en nuestros días.
Sus sacerdotes se han especializado en el campo de la educación, en la actividad intelectual y misionera, y, en la atención de algunos medios de comunicación católicos, pero además hacia el año 2016 atendían a unas mil 500 parroquias en todo el mundo.
En su formación profesional, los jesuitas estudian filosofía, teología, humanidades e idiomas pues San Ignacio siempre quiso que estuvieran bien preparados para ser enviados con la mayor celeridad a donde por la Iglesia fueran requeridos.