Una de las tradiciones más arraigadas en México es el Día de Muertos, que se celebra cada año el día 2 de noviembre. Para estas fechas, miles de personas realizan en sus hogares altares u ofrendas para recordar a aquellos que murieron.
Los altares de muertos están compuestos por varios elementos: flores, agua, pan de muerto, veladoras, fotografías, papel picado, comidas, frutas, bebidas, sal, entre otros.
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La sal es uno de los elementos que no deben faltar en el altar, pues se dice que es un elemento de purificación.
Según el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), la sal tiene la función de que el cuerpo no se corrompa en su viaje de ida y vuelta a la hora de visitar a quienes lo recuerdan.
También, el IMPI dice que “la ofrenda del Día de Muertos es una mezcla cultural donde los europeos pusieron algunas flores, ceras, velas y veladoras; los indígenas le agregaron el sahumerio con su copal y la comida y la flor de cempasúchil (Zempoalxóchitl). La ofrenda, tal y como la conocemos hoy, es también un reflejo del sincretismo del viejo y el nuevo mundo. Se recibe a los muertos con elementos naturales, frugales e intangibles -incluimos aquí las estelas de olores y fragancias que le nacen a las flores, al incienso y al copal.
Otro elemento fundamental a la hora de montar el altar de muertos es el incienso o copal, pues este servirá para limpiar el espacio de malos espíritus y así el alma pueda llegar y entrar sin ningún peligro.
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