/ miércoles 5 de enero de 2022

Leyendas urbanas de Puebla: Las comadres del Panteón del Carmen

Santa María del Carmelo fue el cementerio de los frailes Carmelitas hasta que fue clausurado en 1880 y en 1920 desaparecen los últimos vestigios

El 5 de Febrero 1844 los frailes Carmelitas iniciaron la construcción del panteón que recibió el nombre de Santa María del Carmelo a un costado de su convento, sobre lo que hoy es la 16 de Septiembre, entre la 17 y la 21 Poniente.

En el libro Las Calles de Puebla de Hugo Leicht, se lee que Santa María del Carmelo era un cementerio grande de forma octagonal, con árboles y flores en el centro, conformado por cuatro corredores de 88.3 metros de largo por tres de ancho, tenía 96 columnas góticas que sostenían al mismo número de arcos de medio punto con 4.2 metros de alto cada uno.

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En las paredes había cinco filas de gavetas para adultos y dos para infantes coronadas con una pequeña cornisa, y se encontraban al fondo de los corredores. La edificación contaba con un gran portón de estilo Dórico, en el que arriba del arco y separadas por un ánfora, se veían dos figuras femeninas que eran la representación de “la parca”.

Cobraban vida para espantar

La gente no sabía de iconografía romana así que las empezó a llamar lloronas o “comadres”. Según la creencia popular al caer la noche peleaban entre ellas, empezaban a reñir a las 8 de la noche, aseguran que si pasabas por ahí se escuchaban las discusiones, pero justo cuando amanecía se callaban.

Cuenta la leyenda que, por las noches, las comadres cobraban vida y espantaban a quienes cruzaran en su camino con sus ojos que parecía que irradiaban fuego.

Después de hacer su recorrido por las calles aledañas al panteón para espantar a quien se cruzará en su camino, las comadres regresaban al portón para ocupar su lugar y ahí se la pasaban peleando y discutiendo hasta entrada la primera luz del alba.

Fue un castigo divino

Se dice que las discusiones de “las comadres” eran un castigo divino porque en vida fueron grandes amigas, gozaban de una amistad entrañable. Desgraciadamente, una de ellas empezó a sentir envidia por la otra y esto las fue separando hasta crear una enemistad absurda, llena de odio. Muchas fueron las personas que intervinieron para que las mujeres limaran asperezas, pero siempre fue inútil

Incluso, un fraile, al darse cuenta de las discusiones violentas entre las mujeres, intervino, pero todo fue en vano. Harto de los altercados llenos de gritos y amenazas diarias, un día el religioso sentenció:

“Si no les basta esta vida para superar las diferencias, vagarán por toda la eternidad ensimismadas en estériles discusiones”.

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El toque de ánimas

Lo cierto es que, al caer la noche, no había mortal que fuera capaz de pasar por de El Carmen y mucho menos acercarse a Santa María del Carmelo, quien lo hacía era porque su paso por este lugar era imprescindible o porque desconocía lo que sucedía con las comadres.

Era tal el fanatismo de la época entre la gente que las iglesias realizaban el famoso “toque de ánimas” que recuerda a los difuntos y se hacía cuando casi era de noche pero todavía había un rastro de luz en el aire. Ese era el momento definitivo de retirarse a casa.

“El repicar de las campanas anunciaba que las almas en pena tenían permiso para bajar a espantar a quien osara permanecer en las calles de noche”.

· Leyenda popular de la Ciudad de Puebla de los Ángeles

· Relato: Fernando Mario Salazar Aranda, fundador de la página de Facebook “Lo que quieres saber de Puebla”

· Adaptación: Erika Reyes

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El 5 de Febrero 1844 los frailes Carmelitas iniciaron la construcción del panteón que recibió el nombre de Santa María del Carmelo a un costado de su convento, sobre lo que hoy es la 16 de Septiembre, entre la 17 y la 21 Poniente.

En el libro Las Calles de Puebla de Hugo Leicht, se lee que Santa María del Carmelo era un cementerio grande de forma octagonal, con árboles y flores en el centro, conformado por cuatro corredores de 88.3 metros de largo por tres de ancho, tenía 96 columnas góticas que sostenían al mismo número de arcos de medio punto con 4.2 metros de alto cada uno.

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En las paredes había cinco filas de gavetas para adultos y dos para infantes coronadas con una pequeña cornisa, y se encontraban al fondo de los corredores. La edificación contaba con un gran portón de estilo Dórico, en el que arriba del arco y separadas por un ánfora, se veían dos figuras femeninas que eran la representación de “la parca”.

Cobraban vida para espantar

La gente no sabía de iconografía romana así que las empezó a llamar lloronas o “comadres”. Según la creencia popular al caer la noche peleaban entre ellas, empezaban a reñir a las 8 de la noche, aseguran que si pasabas por ahí se escuchaban las discusiones, pero justo cuando amanecía se callaban.

Cuenta la leyenda que, por las noches, las comadres cobraban vida y espantaban a quienes cruzaran en su camino con sus ojos que parecía que irradiaban fuego.

Después de hacer su recorrido por las calles aledañas al panteón para espantar a quien se cruzará en su camino, las comadres regresaban al portón para ocupar su lugar y ahí se la pasaban peleando y discutiendo hasta entrada la primera luz del alba.

Fue un castigo divino

Se dice que las discusiones de “las comadres” eran un castigo divino porque en vida fueron grandes amigas, gozaban de una amistad entrañable. Desgraciadamente, una de ellas empezó a sentir envidia por la otra y esto las fue separando hasta crear una enemistad absurda, llena de odio. Muchas fueron las personas que intervinieron para que las mujeres limaran asperezas, pero siempre fue inútil

Incluso, un fraile, al darse cuenta de las discusiones violentas entre las mujeres, intervino, pero todo fue en vano. Harto de los altercados llenos de gritos y amenazas diarias, un día el religioso sentenció:

“Si no les basta esta vida para superar las diferencias, vagarán por toda la eternidad ensimismadas en estériles discusiones”.

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El toque de ánimas

Lo cierto es que, al caer la noche, no había mortal que fuera capaz de pasar por de El Carmen y mucho menos acercarse a Santa María del Carmelo, quien lo hacía era porque su paso por este lugar era imprescindible o porque desconocía lo que sucedía con las comadres.

Era tal el fanatismo de la época entre la gente que las iglesias realizaban el famoso “toque de ánimas” que recuerda a los difuntos y se hacía cuando casi era de noche pero todavía había un rastro de luz en el aire. Ese era el momento definitivo de retirarse a casa.

“El repicar de las campanas anunciaba que las almas en pena tenían permiso para bajar a espantar a quien osara permanecer en las calles de noche”.

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