El amaranto es uno de los cultivos más antiguos de Mesoamérica, el grano se domesticó en América hace más de cuatro mil años por culturas precolombinas y de allí posiblemente se difundió a otras partes del mundo.
El amaranto era utilizado para la realización de transacciones, lo consideraban sagrado porque resistía las sequías, y además como alimento proporcionaba vigor, así que era consumido por los guerreros para incrementar su fuerza.
También estaba asociado con el sol por su color rojizo. Su cultivo se realizaba en dos zonas distintas, la primera era la tierra firme donde se sembraban al lado de maíz, frijol, calabaza u otras plantas anuales, en milpas y la segunda que eran las chinampas, donde el amaranto también crecía al lado de otras plantas básicas de la dieta mesoamericana.
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La producción de amaranto empezó a disminuir después de la Conquista, entre 1577 y 1890, su consumo era casi nulo. Su bajo consumo se debió al uso ritual de esta planta, pues los aztecas convertían en tzoalli la semilla molida y amasada con miel de maguey, y elaboraban panes con forma de sus deidades: Tezcatlipoca, Quetzalcóatl, Tláloc, Chalchiuhtlicue, Coatlicue, Xiuhtecuhtli, Chicomecóatl, Matlalcueye, Iztactépetl y Opuchtli, deidades que así personificaban para sacralizar “su carne” y consumirla con gran reverencia. Los españoles al ver el uso religioso de esta semilla consideraron que era una perversión a la eucaristía católica por lo que vetaron su consumo, así que cultivo fue prohibido hasta casi desaparecer, pero se logró conservar en algunas zonas apartadas de la Conquista.
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Hoy prevalece principalmente en Puebla, considerado el mayor estado productor con 1,969 hectáreas de siembra y cosecha, éste concentra el 61% de la producción nacional. Le siguen, Tlaxcala con el 22%, Estado de México con el 13%, la Ciudad de México con 3%, Oaxaca con 2% y Morelos con menos del 1%. En el 2019, obtuvieron 5,548 toneladas sembradas en 3,192 hectáreas a nivel nacional.
Esta semilla tiene un alto potencial de rendimiento y gran diversidad de usos, gracias a sus múltiples propiedades nutricionales, es una excelente especie que promete ser no solo rentable en términos económicos, sino una fuente de alimentación sana de comunidades rurales y una alternativa como cultivo de reconversión.
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En la Ciudad de México, el amaranto está presente en la tradicional “alegría”, dulce típico que se elabora en el pueblo de Santiago Tulyehualco. Este manjar fue declarado Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México, en el marco de la clausura de la III Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de la Ciudad de México, en septiembre de 2016.
Gracias a su valor nutrimental, las alegrías se convierten en un aliado para combatir algunas enfermedades cardiovasculares y anemia, pues contiene más proteínas que el maíz y el arroz, y 80% más que el trigo; es rica en vitaminas A, B, C, B1, B2 y B3, ácido fólico, calcio, hierro y fósforo.
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