El 3 de junio la Iglesia Católica recuerda el martirio de 22 jóvenes en Uganda, un país del continente africano, la historia de su martirio no dejó de conmover y sorprender al mundo.
Fue sorpresa porque todos estos mártires fueron catecúmenos que apenas habían sido introducidos a la fe cristiano-católica. La mayoría eran jóvenes, el menor apenas tenía 13 años.
El 8 de octubre de 1964 el Papa Pablo VI los canonizó, justo cuando se realizaba el Concilio Vaticano II.
Los primeros misioneros católicos llegaron a Uganda el 17 de febrero de 1879 y fueron conocidos como “los padres blancos”, ellos evangelizaban a la población, convirtiéndola al catolicismo.
Entre los convertidos destacó un joven, Carlos Lwanga, quien, en 1885, fue llamado a la corte como prefecto del Salón Real. Desde el principio, se convirtió en un punto de referencia para los demás, especialmente para los recién convertidos, cuya fe apoyaba y alentaba.
Entre la conspiración y la traición
La historia de los mártires se desarrolló durante el reinado de Mutesa Mwanga II, rey de Buganda (ahora parte de Uganda), entre noviembre de 1885 y mediados de 1886.
El rey Mutesa al principio había acogido bien a “los padres blancos”, que después tuvieron que retirarse por las intrigas de algunos jefes. Después, en 1885, fueron llamados nuevamente por Mwanga, y encontraron cristianos comprometidos que ocupaban cargos de responsabilidad.
El “katikiro”, una especie de canciller había tramado una conjuración contra el rey, pero fue descubierto por los cristianos.
Entonces éste se alió con los notables y brujos, y esa alianza originó una persecución contra los cristianos.
José Mukasa Balikuddembe, consejero del rey, fue decapitado el 15 de noviembre de 1885.
El 25 de mayo de 1886, Carlos Lwanga fue condenado a muerte, junto con otros.
Al día siguiente, comenzaron las primeras ejecuciones, fueron muertos Dionisio Sbuggwawo, Ponciano Ngondwe, Andrés Kaggwa, Atanasio Bazzekuketta, Gonzaga Gonga, Matías Kalemba, Noé Mwaggali.
Después les tocó el turno a los pajes; pero tres se salvaron, según el uso, sacados a suerte. Entre los trece “mártires” se encontraba Mbaga Tuzinda, hijo del jefe de los verdugos. Naturalmente trató repetidamente de salvarlo, pero él no quiso separarse de sus compañeros. Entre ellos también había un niño de trece años, Kizito.
El martirio
Para aumentar el sufrimiento de los condenados, el rey decidió trasladarlos desde el palacio real de Munyonyo hasta Namugongo, el lugar de las ejecuciones: 27 millas separan ambos lugares.
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Por el camino, Carlos y sus compañeros fueron sometidos a la violencia de los soldados del rey que intentaron, por cualquier medio, hacer que se retractaran de su fe. En ocho días de marcha, muchos murieron atravesados por lanzas, ahorcados e incluso clavados en los árboles.
El 3 de junio, los sobrevivientes llegaron exhaustos a la colina de Namugongo, donde les esperaba la hoguera. Charles Lwanga y sus compañeros, junto con algunos fieles anglicanos, fueron quemados vivos. Rezaron hasta el final, sin pronunciar un lamento.
El Papa Pablo VI fue a Uganda en 1969, y consagró el altar mayor del Santuario de Namugongo, construido en el lugar de su martirio.