/ jueves 11 de febrero de 2021

Una caracola de 18 mil años vuelve a sonar con ecos de la prehistoria

Los investigadores emplearán una versión en impresión 3D del frágil instrumento

Una caracola de 18 mil años, el instrumento de viento de este tipo más antiguo hasta ahora conocido, volvió a sonar en el sur de Francia, con el fin de ampliar el conocimiento sobre la "paleta musical" de los hombres prehistóricos.

"Es la primera vez que se escucha el sonido de esta caracola desde esa época", explica la arqueóloga Carole Fritz, mostrando el instrumento hallado en la cueva de Marsoulas, en los Pirineos franceses.

Fue gracias a un músico de corno que la caracola, más grande y gruesa que las actuales (31 cm de altura, hasta 18 cm de diámetro y hasta 0,8 cm de espesor), volvió a hacer sonar tres sonidos cercanos al do, do sostenido y re.

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Esta experiencia "permite enriquecer la paleta musical que podemos atribuir a los pueblos y culturas que vivían hace 18.000 años" en la región, explica el director del Museo de Toulouse, Francis Duranthon, que junto a Fritz y otros expertos firma un artículo publicado el miércoles en la revista científica estadounidense Science Advances.

En efecto, "hay flautas de hueso de buitre y otras más antiguas pero hasta ahora no habíamos dado con una caracola tan antigua".

3D y modelizaciones

Para emitir estos sonidos, los hombres de la época modificaron la caracola: su punta está rota y hay dos agujeros circulares en el interior, "seguramente para insertar un hueso hueco que permitiera soplar y producir sonidos", explica Guillaume Fleury, autor también del artículo.

Estos trabajos no podrían haberse hecho cuando fue descubierta en 1931. No hubiese sido posible "ni siquiera hace 10 años, sin el uso de la 3D y las modelizaciones. Hoy, con el desarrollo de la inteligencia artificial podemos ir más lejos", se entusiasma Fritz.

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Sin embargo, esta tecnología puntera "no reemplaza el trabajo sobre los objetos", puntualiza Duranthon, mostrando decenas de otras piezas de la cueva de Marsoulas y conservadas en el Museo de Toulouse.

Estas son esenciales para comprender el universo cultural de la época, según el Museo, que en 1865 inauguró la primera galería del mundo consagrada a la prehistoria.

"Mucha gente nos pregunta para qué sirven estos viejos objetos. Esta es la respuesta: alimentan la investigación. Cuando un experto retoma el estudio de un lugar, como en esta ocasión, viene a consultar las colecciones antiguas encontradas previamente en ese sitio", agrega Duranthon.

El ruido del metro

Los investigadores creen que la caracola pudo ser utilizada para rituales y ceremonias, como sucede actualmente en algunas culturas de América del Sur y de la Polinesia.

Con un sonido potente --equivalente a los decibelios de un tren-- los pueblos de la cultura Magdaleniense, una de las últimas del Paleolítico superior en Europa Occidental, habrían podido utilizarla también como instrumento de comunicación.

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"La intensidad que produce es increíble", afirma otro coautor del estudio, Philippe Walter, director del Laboratorio de Arqueología Molecular y Estructural de la Universidad francesa de la Sorbona.

Para sus próximos trabajos, los investigadores emplearán una versión en impresión 3D del frágil instrumento.

Walter está convencido de que este puede producir muchas otras notas pero adelanta que esta investigación no permitirá descubrir qué música escuchaban en la época.

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"Es la primera vez que se escucha el sonido de esta caracola desde esa época", explica la arqueóloga Carole Fritz, mostrando el instrumento hallado en la cueva de Marsoulas, en los Pirineos franceses.

Fue gracias a un músico de corno que la caracola, más grande y gruesa que las actuales (31 cm de altura, hasta 18 cm de diámetro y hasta 0,8 cm de espesor), volvió a hacer sonar tres sonidos cercanos al do, do sostenido y re.

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Esta experiencia "permite enriquecer la paleta musical que podemos atribuir a los pueblos y culturas que vivían hace 18.000 años" en la región, explica el director del Museo de Toulouse, Francis Duranthon, que junto a Fritz y otros expertos firma un artículo publicado el miércoles en la revista científica estadounidense Science Advances.

En efecto, "hay flautas de hueso de buitre y otras más antiguas pero hasta ahora no habíamos dado con una caracola tan antigua".

3D y modelizaciones

Para emitir estos sonidos, los hombres de la época modificaron la caracola: su punta está rota y hay dos agujeros circulares en el interior, "seguramente para insertar un hueso hueco que permitiera soplar y producir sonidos", explica Guillaume Fleury, autor también del artículo.

Estos trabajos no podrían haberse hecho cuando fue descubierta en 1931. No hubiese sido posible "ni siquiera hace 10 años, sin el uso de la 3D y las modelizaciones. Hoy, con el desarrollo de la inteligencia artificial podemos ir más lejos", se entusiasma Fritz.

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Sin embargo, esta tecnología puntera "no reemplaza el trabajo sobre los objetos", puntualiza Duranthon, mostrando decenas de otras piezas de la cueva de Marsoulas y conservadas en el Museo de Toulouse.

Estas son esenciales para comprender el universo cultural de la época, según el Museo, que en 1865 inauguró la primera galería del mundo consagrada a la prehistoria.

"Mucha gente nos pregunta para qué sirven estos viejos objetos. Esta es la respuesta: alimentan la investigación. Cuando un experto retoma el estudio de un lugar, como en esta ocasión, viene a consultar las colecciones antiguas encontradas previamente en ese sitio", agrega Duranthon.

El ruido del metro

Los investigadores creen que la caracola pudo ser utilizada para rituales y ceremonias, como sucede actualmente en algunas culturas de América del Sur y de la Polinesia.

Con un sonido potente --equivalente a los decibelios de un tren-- los pueblos de la cultura Magdaleniense, una de las últimas del Paleolítico superior en Europa Occidental, habrían podido utilizarla también como instrumento de comunicación.

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"La intensidad que produce es increíble", afirma otro coautor del estudio, Philippe Walter, director del Laboratorio de Arqueología Molecular y Estructural de la Universidad francesa de la Sorbona.

Para sus próximos trabajos, los investigadores emplearán una versión en impresión 3D del frágil instrumento.

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