Desde la antigüedad, los eclipses han sido motivo de crear diversos mitos entorno a este tipo de fenómenos astronómicos. Y con cierta razón, pues la humanidad en una época no tenía idea de cómo o por qué sucedían o repentinamente se oscurecía y el sol volvía a aparecer.
En ciertas culturas, se creía que el Sol era devorado por una entidad divina. Los chinos, por ejemplo, pensaban que un dragón se lo tragaba y, al hacer ruido, este lo escupiría. Una creencia similar tenían los mexicas, quienes consideraban que una deidad mordía al Sol.
En 1325, durante la fundación de Tenochtitlan y al colocar la primera piedra, se presenció un eclipse. La leyenda cuenta que había un nopal con tunas rojas y maduras, interpretadas como la representación de los corazones de los sacrificados.
Por ello, en la piedra fundacional se esculpió un águila posada sobre un nopal, símbolo del Sol, con una vírgula saliendo de su boca. Los españoles, al ver esta representación, pensaron que se trataba de una serpiente, pero en realidad, simbolizaba un mensaje: “Establezcanse aquí”.
Los mayas, grandes astrónomos, observaban el cielo con un instrumento compuesto por dos varillas, una horizontal y otra vertical, para medir la posición de los astros en el horizonte.
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Del mismo modo que los astrónomos actuales predicen eclipses, los mayas tenían la capacidad de anticipar cuándo sucederían, dejando constancia en el códice Dresde.
La habilidad observacional de los mayas también les permitió descubrir que Venus se desplaza alrededor del Sol. Este fenómeno, conocido como tránsito de Venus, era predicho por ellos con notable exactitud.
Con información de UNAM Global