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A Carlos Sánchez Herrera le contaron que un día los jóvenes Alberto, Jennifer y Manuel salieron de un conocido bar en Irapuato, eran aproximadamente las 2:53 de la mañana cuando salieron rumbo a sus casas a descansar unas horas, puesto que más tarde tendrían que ir a sus respectivos trabajos.
Ese día Alberto preguntó a Jennifer que si la llevaba a su casa a lo que ella contestó “¿cómo crees?, si ya sabes que vivo aquí nada más cruzando la Avenida de la Reforma, más van a tardar ustedes en ir por el carro que yo en llegar a mi casa”.
Alberto se despidió de Jennifer y Manuel y emprendió el camino por la calzada de los Chinacos, pasando la calle Héroe de Nacozari y llegando al camellón se tuvo que esperar bajo los árboles, de pronto se soltó un aire gélido que hizo erizar los vellos de la piel.
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Alberto miró instintivamente su reloj, eran exactamente las 3:07 de la mañana y sonriendo pensó: “La hora del diablo”.
En eso estaba cuando sobre su cabeza sintió que algo se posaba, así que volteando y agachándose asustado trató de ver que era lo que le rozaba en la cabeza.
Grande fue su sorpresa al observar que eran los pies de una persona que estaba colgada de las ramas del árbol, asustado retrocedió, cayendo al suelo sin despegar la vista del hombre colgado del árbol.
Desde el piso pudo percatarse que la ropa del hombre se asemejaba a la usada por gente en tiempos de la revolución, además de que su rostro se veía momificado, así como sus pies y manos.
Alberto estaba al punto del desmayo cuando una mujer de avanzada edad se acercó a él y tomándolo del brazo le dijo: ¿Qué le pasa joven, vio usted a los ahorcados?
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Y la mujer le explicó: Sí joven, verá usted, durante el gobierno de Don Plutarco Elías Calles se llevó a cabo la guerra cristera, se dio la notificación de suspensión de cultos religiosos, hubo gente que se inconformó con esa ley y al igual que en todas partes del país, aquí también surgieron muchos rebeldes ante este decreto.
Los hombres creyentes se involucraron con las guerrillas cristeras de la región y los cultos religiosos se hicieron encubiertos, por esta razón las personas arriesgaban sus vidas a altas horas de la noche para asistir a mismas clandestinas.
Las personas descubiertas eran hechas prisioneras por las fuerzas federales, torturadas y levantadas a la citada calzada de los Chinacos, donde los hombres fueron ahorcados de las ramas de los árboles que ahora vemos.
Algunos de nosotros, al ver tales actos nos prendíamos de las piernas de los oficiales que golpeaban a los implicados y no nos soltábamos de él, hasta que ya desesperado el oficial ordenaba que dejaran a nuestro familiar todo golpeado y ensangrentado.
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Desafortunadamente no todos corrían de la misma suerte, po’s muchos fueron ahorcados con los demás cristeros y sus cuerpos exhibidos y posteriormente decapitados.
Pero eso no era todo, los oficiales tenían órdenes de no entregar los cuerpos ni las cabezas de los ejecutados a los deudos, razón por la que sus restos nunca fueron encontrados, ni recibieron cristiana sepultura.
Desde entonces hemos sido condenados a esperar eternamente, ellos ahí colgados y nosotros a buscar sus restos para el eterno descanso de su alma.
Dicho ésto la anciana se trasformó rápidamente en cadáver y luego en cenizas… dejando a Alberto, blanco de terror y en un completo estado de shock.
Cuando pudo reaccionar ya estaban a su lado Jennifer y Manuel, quienes habían alcanzado a oír sus gritos, por lo que regresaron corriendo a ver qué era lo que le sucedía, aún temblando de miedo, entrecortadamente les contó lo que le pasó y juntos se fueron del lugar rápidamente.
Se dice que algunas noches cuando el viento sopla agitadamente, aún se puede apreciar entre las ramas de los árboles de la calzada de los Chinacos el alma en pena de alguno que otro ahorcado en busca de la paz que les ha sido negada.