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Todos los años pasaba lo mismo en Zapotlán El Grande, Jalisco. El último día del mes de diciembre las personas corrían como asustadas por las calles, los templos estaban llenos, la gente se confesaba, prendían veladoras, rezaban; el pánico era total, mientras se llegaba la hora del Juicio Final, exactamente a la media noche; y si se lograba pasar la hora cero con éxito, entonces se tendría la oportunidad de vivir un año más...
Sin embargo, ese año de 1900, era diferente a los demás, ya que no solo culminaría un año más, sino un siglo. ¡El fin del mundo!
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El párroco del lugar, Don Silviano Carrillo y Cárdenas, sabía lo que eso significaba. Conforme se acercaba más la fecha del 31 de diciembre, se agudizaban más los temores y por doquier se escuchaban plegarias y sollozos. Varios de los habitantes del pueblo se hallaban en las calles y en las plazas pidiendo a gritos misericordia al Señor, y otros más, con acentuada desesperación, confesaban a voz alta algunos de sus pecados.
—Mire, m´ijo, cuando vea que en el horizonte se aparezca un ángel, esa será la señal. Viene a pedirnos cuentas por todos nuestros pecados... La tierra empezará a temblar y nos tragará. Se va acabar el mundo. Vente, vámonos a rezar al templo...
Esas eran algunas de las razones que los mayores daban a sus pequeños hijos, quizás para desahogar remordimientos que justificaran la "ira divina", haciéndolos partícipes de todo lo que tendrían que pagar.
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Ya de por sí el año había empezado mal, el 19 de enero se sintió un temblor de tierra que, aunque de poca intensidad, dejó severos daños, sobre todo en el Templo Parroquial.
Como ya quedó dicho, Don Silviano Carrillo, sabía muy bien lo que pasaba por las ingenuas mentes de los creyentes; pero creía que era necesario hacer algo para calmar el desasosiego de la comunidad. Entonces mandó a esculpir una gran cruz en cantera.
Muy temprano, el día 31 de diciembre, organizó al pueblo; los congregó en el templo parroquial, por cierto, recién inaugurado. A las doce del día, inició la celebración eucarística, una muy especial, para pedir por la salvación de la humanidad. Al terminar encabezó una gran peregrinación por las principales calles del poblado. La gran masa de pobladores llevaba en procesión la enorme y pesada cruz de cantera que Don Silviano había mandado hacer.
Poco a poco se fue oscureciendo el día; mientras tanto, se esperaba que el cielo se pintara de rojo, que significaría lo inevitable.
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Ya entrada la noche, y entre varias antorchas que cargaban los pobladores, se instaló la cruz. El lugar que se pensó fue uno en el que pareciera que la cruz protegía a la ciudad. La montaña oriente, al final de la Calle de la Montaña (hoy Lázaro Cárdenas), era el punto idóneo y justo ahí se colocó.
Entre rezos se pidió a la Santa Cruz que los protegiera y desde ahí se dijo la misa última del año de 1900.
Pasó la media noche, y entre la muchedumbre alguien gritó:
—¡Nos hemos salvado!... ¡nos hemos salvado!
Todos bajaron a sus casas, y prometieron fervientemente ante la Santa Cruz, que serían mejores ciudadanos, mejores hijos, mejores católicos. En fin, en todos los aspectos positivos... siempre mejores.
La "Santa Cruz Blanca" o "Cruz del Siglo", quedó ahí para perpetuidad, para que nadie olvidara su promesa. Y hoy día, todavía algunos viejos, se postran ante ella, y con sus mudos rezos mantienen viva la esperanza de seguir viviendo, a pesar de nuestros errores y pecados... un año más.
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