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Una fría noche de invierno de hace muchos, muchos años, tres hombres muy sabios que vivían en las lejanas tierras de Oriente, iniciaron un largo viaje guiados por una maravillosa estrella. Esa estrella brillaba en el cielo más que ninguna otra, era hermosa, grande y clara, tanto que las demás estrellas quedaron desdibujadas en el cielo nocturno.
Aquellos tres hombres, eran reyes y magos, y todos supieron que esa estrella anunciaba el nacimiento que habían esperado desde hacía años, era el nacimiento del hijo de Dios. Caminaban a lomos de camellos, vestidos en ricas ropas de seda carmesí con turbantes en sus cabezas. Sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar.
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Tras varios días de viaje, los tres Reyes Magos llegaron hasta Jerusalén y allí pudieron contemplar la estrella más cerca y brillante que nunca, su destino estaba cerca. Prosiguieron unas horas más hasta llegar a Belén y, en la noche silenciosa solo se escuchaba el caminar de sus camellos. Cada uno guardaba la emoción de lo que les aguardaba en su corazón y ninguno era capaz de pronunciar palabra.
Por fin, llegaron hasta la puerta de un establo y, con solemnidad, se acercaron al interior. Allí, acunado entre el heno perfumado, recibiendo el calor de un buey una mula y ante la atenta mirada de sus padres estaba El Niño que sería el salvador de los hombres.
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