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Se dice que en la época colonial en San Luis Potosí, existió una bruja a quien le decían La Maltos la cual era muy poderosa que además de dominar las artes negras, tenía un importante puesto dentro de la sociedad potosina.
A pesar de ser unas personas que servía a propósito oscuros, tenía un puesto importante en la Inquisición, teniendo el poder de decidir sobre la vida de las personas, condenándolas a la muerta y la tortura.
A pesar de que existía el toque de queda, ella gozaba de la impunidad de andar a las altas horas de la noche por las calles empedradas de la ciudad, a bordo de una carreta conducida por dos caballos negros. El sonido que hacían las ruedas, rechinando sobre las aristas de las calles y el respirar frenético de los caballos helaban la piel.
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Mucha gente conocía de su poder, pero nadie se atrevía a hacerle frente por la protección que tenía de las autoridades. Ella residía en lo que ahora se conoce como los Arcos Ipiña, un enorme complejo habitacional edificado por una poderosa familia y que prestaba para que la Inquisición pudiera realizar sus horribles oficios.
Es ahí donde La Maltos aprovechaba para realizar sus poderosos conjuros en los que tenía que realizar actos extraños y crueles, los cuales incluso significaban la muerte de personas, pero aprovechando su estatus, ejecutaba a los condenados que a veces ella misma acusaba.
Su ambición de poder requería de más muertes, un día cometió el error de sacrificar a dos personas, las cuales pertenecían a una de las más poderosas e influyentes familias potosinas, por lo que tan asesinado ya no fue tolerado por las autoridades.
Se le condenó en la Plaza de los Fundadores frente a toda la gente por haber matado a esas dos personas, además de acusarla de brujería. La Maltos no se defendió y aceptó todos sus crímenes, pero pidió a cambio antes de ser ejecutada que se le permitiera hacer un dibujo en recuerdo de su vida en su morada. Como aún había autoridades que le estimaban, se le permitió y el jefe de policías acompañado del alcalde, así como escoltas le acompañaron hasta su habitación.
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Aquí la Maltos comenzó a dibujar una carreta con caballos negros, igual a la que usaba para recorrer las frías noches de San Luis Potosí. Pero una vez terminado, la gente quedó horrorizada cuando vio como aquel dibujo cobraba vida y se salía de la pared, así mismo La Maltos aprovechó el asombro de todas las personas para subirse arriba de tan horrible carruaje y con un grito, ordenar a los caballos avanzar. Lo más terrorífico fue cuando el carruaje voló incorpóreamente hacia la pared para perderse, mientras La Maltos se despedía con una horrible risa.
Algunos autores manejan que La Maltos reconoció siempre su maldad y las culpas que sobre ella cernían, por eso jamás juró venganza en contra del pueblo potosino por condenarla. En el edificio Ipiña es bien sabido que son muchos los fenómenos sobrenaturales que ahí suceden, quizá espíritus de la gente torturada y sacrificada por la Inquisición o por la Maltos, o almas perdidas incluso de otras épocas con historias propias.
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