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Una leyenda urbana que platican los viejos taxistas del Valle de Orizaba, en el estado de Veracruz, sucedió en una noche oscura y fría cerca de la medianoche, cuando un taxista regresaba a su hogar después de una jornada agotadora de trabajo.
En el boulevard de Oriente 6 ya no había ningún alma. Al pasar por el cementerio “Juan de la Luz Enríquez”, una mujer vestida de negro le hizo la parada, pero siguió de largo; casi de inmediato se arrepintió y regresó por la dama, que llevaba en su cuello un relicario con una cruz de oro.
Erasto, como se llamaba el ruletero, frenó el auto y se echó de reversa para subir a la pasajera. Al observar el rostro de la joven por el espejo retrovisor sintió escalofrío y miedo.
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Tenía un rostro angelical, pero pálido; ojos bellos como de gato, aunque tristes y cabello largo; llevaba un vestido negro de encaje y un velo trasparente y en su cuello colgaba el relicario.
Le preguntó a dónde iba y le contestó la dama con voz entrecortada, que iba a visitar 7 iglesias en el centro de la ciudad, y le pidió que la esperara.
Aunque con extrañeza por la indicación, Erasto la llevó a los siete templos. Ante la puerta principal de cada iglesia la joven rezaba durante 3 minutos y regresaba al taxi con una expresión serena, de paz.
Al terminar el recorrido, la bella joven se disculpó por abusar del tiempo del taxista y le dijo:
“Mi nombre es María, no tengo dinero con que pagarle ahora, pero le dejaré éste relicario. Le pido un último favor, vaya a la colonia Barrio Nuevo, ahí vive mi padre; entréguele mi medallón y dígale que le pague la corrida, recuérdele que lo quiero mucho, y que no se olvide de mí nunca”.
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Consternado por las palabras de la dama de negro, le preguntó:
“¿A dónde la llevo ahora?”, ella respondió: “al mismo sitio donde me recogió, ahí me quedo”.
Luego de dejar a la joven cerca del panteón municipal, Erasto se encaminó nuevamente a su casa, al mirar por el espejo retrovisor vio que María se dirigía a la puerta del Cementerio y un segundo después, desapareció. Impresionado llegó a su hogar, se sentía mareado y con un fuerte dolor de cabeza, además de que temblaba.
De entre su ropa, el ruletero sacó el relicario y se lo entregó al papá de María, quien, en agradecimiento por haber ayudado a su hija a cumplir su deseo de visitar las siete iglesias, le regaló un millón de pesos.
Cuenta la leyenda que, con ese dinero Erasto compró una flotilla de taxis. Desde entonces, en cada una de las iglesias que María visitó la noche que abordó su taxi, en esa fecha, se ofrece una misa por su eterno descanso.
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