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En México se dice que el amor de una madre es eterno. En Piedras Negras, municipio perteneciente al estado de Coahuila, en el norte de México, en una brecha que colinda con el río Escondido, a unos cinco kilómetros de la mancha urbana, una vivienda conocida como la Casa del Dentista alberga una leyenda que lleva esa afirmación más allá de la muerte.
Existen varias versiones, pero la más conocida inicia en un tiempo poco claro, pero con seguridad lejano, en el que una atenta anciana era conocida por ayudar a su hijo dentista como recepcionista.
Ambos compartían la casa en mención. El dentista, reconocido en toda la región por la calidad de su trabajo. Y su madre, quien le ayudaba recibiendo a los pacientes que atendía ahí mismo, en medio de una época difícil, que impedía la contratación de una asistente.
Orgullo de su madre, el odontólogo se hacía cargo de los gastos del hogar y también profesaba un gran cariño por ella.
Durante años, pacientes, amigos y colegas que iban a visitarlo fueron recibidos por la mujer, quien sonriente les mostraba el largo camino de cemento hasta la casa, construida con una serie de arcos.
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Sin embargo, la región se cimbró ante el rumor de que el dentista, afectado en su salud mental o cansado de lidiar solo con su duelo, reveló a uno de sus pacientes que su madre tenía varios años de haber muerto, pero que él y quienes llegaban a su casa ya se habían acostumbrado a convivir con su espíritu.
Atemorizado, el paciente vivió momentos de angustia hasta que el dentista concluyó con su trabajo. Salió entonces disparado al pueblo, donde les platicó lo acontecido a sus familiares y amistades.
Poco después, toda la gente conocía el relato. Los pacientes escasearon, las visitas terminaron. Todos temían acudir y toparse con el espíritu de la anciana, y el hijo que se había acostumbrado a estar con ella en esa casa.
Los años pasaron y tanto la casa del dentista como la fuerza de la historia vinieron a menos. Del dentista poco se supo.
Así, un grupo de jóvenes que convivían en una cantina, y recordaban con unas copas lo que se decía sobre el sitio, decidieron retar a uno de ellos, al más incrédulo, a ir a la casa y enfrentar al fantasma de la mujer.
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Envalentonado, el hombre tomó camino hasta llegar a la vivienda, en cuya reja maltrecha y con yerba crecida decidió aguardar unos minutos.
Cuentan que la espera terminó cuando, sin aparente razón, su piel comenzó a erizarse y el miedo acabó invadiéndolo. Aunque quería mover sus piernas y salir corriendo, no pudo hacerlo.
A la reja llegó entonces la anciana, sonriente como en los relatos, y sin decirle nada le indicó con su movimiento el camino para llegar con el dentista. Y el joven avanzó hasta encontrarse con él.
Se dice que platicaron brevemente, tras lo cual salió apresurado y con la vista fija en la puerta. Luego, cuando recobró el control sobre sí, corrió hasta la cantina a contarle lo sucedido a sus amigos.
Sin embargo, la historia no termina ahí. La leyenda señala que el joven casi se infarta cuando sus compañeros le dijeron que no solamente la mujer llevaba años de fallecida, sino que su hijo, el dentista, se suicidó poco tiempo después por tristeza.
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