/ martes 6 de agosto de 2024

[Podcast] Cofre de Leyendas / El tlacuache y el fuego

El tlacuache fue nombrado el héroe de la humanidad por robar el fuego a los guardianes

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Dice la leyenda Nahuatl, según la tradición prehispánica, hace muchos años no se conocía el fuego, las personas debían comerlo todo crudo, su vida era muy difícil. En las noches de invierno, cuando el frío descargaba sus rigores en todos los confines de la sierra, hombres, mujeres, niños y ancianos, padecían mucho. Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus caricias, les diera el calor que tanto necesitaban. La gente principal, se reunían a discutir sobre la forma de tener algo que les proporcionara calor y cociera sus alimentos.

Un día, el fuego se soltó de alguna estrella, y se dejó caer en la tierra provocando el incendio de varios árboles. Entonces los quinamentin (gigantes) de la montaña, enemigos de ellos, apresaron al fuego y no lo dejaron extinguirse. Nombraron comisiones que se encargaron de cortar árboles para saciar su hambre, porque el fuego era un insaciable devorador de plantas, animales y todo lo que se ponía a su alcance.

Para evitar que la gente pudieran robarles su tesoro, organizaron un poderoso ejército encabezado por el tigre. Varios pobladores hicieron el intento de robarse el fuego, pero murieron acribillados por las flechas de sus enemigos.

Estando en una cueva, el venado, el armadillo y el tlacuache tomaron la decisión de proporcionar a los hombres tan valioso elemento, pero no sabían cómo hacer para lograr su propósito. Entonces, el sabio tlacuache, que era el más abusado de todos, declaró:

- Yo, el tlacuache, me comprometo a traer el fuego.

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Hubo una burla general hacia el pobre animal. ¿Cómo iba a ser que ese animalito, tan chiquito, tan insignificante, tan falto de movilidad, fuera a traer el fuego? Pero este, muy sereno, contestó así:

- No se burlen, como dicen por ahí, “más vale maña que fuerza”; ya verán cómo cumplo mi promesa. Solo les pido una cosa, que cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.

Al atardecer, el tlacuache se acercó cuidadosamente al campamento donde tenían resguardado el fuego y se hizo bola. Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a verlo. En este tiempo observó que con las primeras horas de la madrugada, casi todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que solo el tigre estaba despierto, se fue rodando hasta la hoguera. Al llegar, metió la cola y una llama enorme iluminó el campamento. Con el hocico tomó una brasa y se alejó rápidamente.

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Al principio, el tigre creyó que la cola del tlacuache era un leño; pero cuando lo vio correr, empezó la persecución. Éste, al ver que el tigre le pisaba los talones, cogió la brasa y la guardó en su marsupia.

Pero la velocidad del tigre se impuso y alcanzándolo lo pisoteó, le machacó los huesos, lo sacudió y lo arrojó. Seguro de haberlo matado, regresó a cuidar el fuego. El tlacuache rodó y rodó, envuelto en sangre y fuego; así llegó donde la gente y los animales lo estaban esperando. Moribundo, desenroscó la cola y entregó el tizón, los principales inmediatamente encendieron hogueras, y alimentaron al fuego por siempre.

El tlacuache fue nombrado el héroe de la humanidad, aquel que no tiene defensas naturales lo compensa con el uso de la inteligencia, desde aquel acto valiente todavía muestra la cola pelada.

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Dice la leyenda Nahuatl, según la tradición prehispánica, hace muchos años no se conocía el fuego, las personas debían comerlo todo crudo, su vida era muy difícil. En las noches de invierno, cuando el frío descargaba sus rigores en todos los confines de la sierra, hombres, mujeres, niños y ancianos, padecían mucho. Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus caricias, les diera el calor que tanto necesitaban. La gente principal, se reunían a discutir sobre la forma de tener algo que les proporcionara calor y cociera sus alimentos.

Un día, el fuego se soltó de alguna estrella, y se dejó caer en la tierra provocando el incendio de varios árboles. Entonces los quinamentin (gigantes) de la montaña, enemigos de ellos, apresaron al fuego y no lo dejaron extinguirse. Nombraron comisiones que se encargaron de cortar árboles para saciar su hambre, porque el fuego era un insaciable devorador de plantas, animales y todo lo que se ponía a su alcance.

Para evitar que la gente pudieran robarles su tesoro, organizaron un poderoso ejército encabezado por el tigre. Varios pobladores hicieron el intento de robarse el fuego, pero murieron acribillados por las flechas de sus enemigos.

Estando en una cueva, el venado, el armadillo y el tlacuache tomaron la decisión de proporcionar a los hombres tan valioso elemento, pero no sabían cómo hacer para lograr su propósito. Entonces, el sabio tlacuache, que era el más abusado de todos, declaró:

- Yo, el tlacuache, me comprometo a traer el fuego.

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Hubo una burla general hacia el pobre animal. ¿Cómo iba a ser que ese animalito, tan chiquito, tan insignificante, tan falto de movilidad, fuera a traer el fuego? Pero este, muy sereno, contestó así:

- No se burlen, como dicen por ahí, “más vale maña que fuerza”; ya verán cómo cumplo mi promesa. Solo les pido una cosa, que cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.

Al atardecer, el tlacuache se acercó cuidadosamente al campamento donde tenían resguardado el fuego y se hizo bola. Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a verlo. En este tiempo observó que con las primeras horas de la madrugada, casi todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que solo el tigre estaba despierto, se fue rodando hasta la hoguera. Al llegar, metió la cola y una llama enorme iluminó el campamento. Con el hocico tomó una brasa y se alejó rápidamente.

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Al principio, el tigre creyó que la cola del tlacuache era un leño; pero cuando lo vio correr, empezó la persecución. Éste, al ver que el tigre le pisaba los talones, cogió la brasa y la guardó en su marsupia.

Pero la velocidad del tigre se impuso y alcanzándolo lo pisoteó, le machacó los huesos, lo sacudió y lo arrojó. Seguro de haberlo matado, regresó a cuidar el fuego. El tlacuache rodó y rodó, envuelto en sangre y fuego; así llegó donde la gente y los animales lo estaban esperando. Moribundo, desenroscó la cola y entregó el tizón, los principales inmediatamente encendieron hogueras, y alimentaron al fuego por siempre.

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