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María Eugenia Márquez narra, como ella sólo sabe hacerlo, una historia de amor que nace a primera vista y que, termina en tragedia. Es la historia del viejo Manjarrez y su nieta que amó hasta la locura...
Esto ocurrió en una calle de cantera rosa de la colonial ciudad de Zacatecas: La casa que ocupada Don Abraham Manjarrez, el prestamista, era un verdadero antro. Desde su ruinosa fachada, sus ventanas enrejadas que nunca se abrían, la ancha puerta del zaguán claveteada con gruesos clavos y resguardada por una gruesa cadena. Todo esto alumbrado por un sucio farol, le daba el triste aspecto de una prisión en donde el viejo usurero guardaba celosamente los tesoros que acumulaba, y a su nieta, la bellísima Raquel a quien nadie conocía...
Toda clase de negocios sucios era la ocupación de Don Abraham, prestar con gran usura sobre hipotecas, denunciar bienes eclesiásticos que luego iban a para en sus manos, regentear casas de juego y cantinas.
Era odiado por todo el mundo, los chicos lo apedreaban y la puerta así como la fachada estaba llena de dibujos gigantescos y letreros insultantes.
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