La escritora Amparo Dávila, originaria de Pinos, Zacatecas, ganadora de la Medalla Bellas Artes, conocida como la “Allan Poe Mexicana”, murió dejando un vacío en la literatura no sólo mexicana, sino universal.
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El cuento fantástico mexicano perdió a una de sus más grandes exponentes, apenas en marzo la Universidad de Guanajuato la condecoró con el Tercer Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura.
Amparo Dávila siempre estuvo rodeada de los intelectuales de su época, en 1950 conoció a Alfonso Reyes, que la hizo su secretaria.
Amparo contó la siguiente anécdota una y otra vez: “Vi en una banquita que estaba sentado don Alfonso (Reyes). Fui y lo saludé. Empezamos a platicar, y como en las plazas de los pueblos, había unos crespones que ondulaban en la tarde con el viento, se doraban con la luz del sol, y yo me quedé extasiada viendo eso. Él me dijo: niña, a dónde te fuiste. Porque vio que estaba en otro mundo. Le dije: fíjese que eso me recordó a la zorra de Saint Exupéry. Ay, no me digas –contestó, es un libro que yo adoro, y me colmó de atenciones”.
Un buen cúmulo de obras de su autoría quedan para la posteridad, los libros que reúnen gran parte de su obra “Cuentos reunidos” y “Poesía reunida”, guardan mucho de quien fuera la esposa de Pedro Coronel.
La locura, la muere, el peligro, una mujer... siempre presentes en sus líneas que cautivaron a un gran número de lectores al rededor del mundo.
“Llueve. Escucho la lluvia cayendo lenta y los automóviles que pasan veloces. El silbato de un vigilante suena como un grito agónico. Pasa el último camión de medianoche. Medianoche, también entonces era la medianoche...”, escribió en uno de sus cuentos más célebres, “Árboles petrificados”.
Sobre su poesía hay tanto qué decir que ninguna palabra alcanzaría... “Aquí, donde comienza tu ausencia, en este litoral del olvido donde una esperanza se consume, estoy como molino sin aspas; como barco sin velas, soy el eco de otros gritos”.
Leer las letras de Amparo Dávila serán siempre un homenaje a una de las escritoras que el tiempo no olvidará y que sus grafías permanecerán como el nombre de uno de sus cuentos, como árboles petrificados.
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