Este 6 de marzo la literatura universal está de fiesta, pues se celebra el nacimiento de Gabriel García Márquez, que ocurrió en el año 1927 en Aracataca, Colombia. Sus padres fueron Gabriel García y Luisa Márquez.
García Márquez estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, pero lo abandonó para dedicarse al periodismo y la literatura.
En 1955, publicó La hojarasca, su primera novela. En 1961, se instaló en Ciudad de México. El mismo año publicó El coronel no tiene quien le escriba y al año siguiente Los funerales de Mamá Grande. En 1967, mandó publicar en Buenos Aires Cien años de soledad, la obra que lo consagró a nivel mundial. En 1972, ganó el Premio Rómulo Gallegos y en 1982, el Premio Nobel de Literatura.
Otras grandes obras suyas son El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) y Noticia de un secuestro (1996). Sus memorias fueron publicadas en 2002 con el título de Vivir para contarla.
En sus últimos años padeció de cáncer linfático, mal que provocó su muerte el 17 de abril de 2014, en la Ciudad de México.
¡Jubilemos la ortografía!
Zacatecas no estuvo tan separada de la historia y de la vida del escritor colombiano, aquí se rodó la película Erendida (1982) basada en la historia de la Cándida Erendida y de su abuela desalmada.
Pero fue en 1997, cuando la voz de Gabriel García Márquez se elevó desde el ex Templo de San Agustín en el I Congreso Internacional de la Lengua Española, exigiendo que se jubilara la ortografía.
En la inauguración del Congreso, participaron también Camilo José Cela y Octavio Paz.
La ponencia de Gabriel García Márquez se tituló “Botella al mar para el dios de las palabras” y ante los miembros de la Real Academia de la Lengua Española y de los Reyes de España, García Márquez vaticinaba: “La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas.”
Pero García Márquez no podría ser García Márquez si no causaba polémica y aquí, en Zacatecas también lo hizo:
Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Esas palabras aún resuenan entre las canteras rosas de Zacatecas, esperando que esas preguntas al azar, le lleguen al dios de las palabras.