/ domingo 15 de mayo de 2022

En Los niños del agua, Hiram Ruvalcaba halló alivio a la muerte de su hijo

Reúne en Los niños del agua crónicas de los rituales fúnebres de Japón con los que encontró alivio a la pérdida de su hijo

En O¯tsuchi, un pueblo costero al norte de Japón, un hombre construyó el teléfono del viento, una cabina-artefacto para comunicarse con los muertos, así se creó el mizuko kuyo, una ceremonia del budismo japonés con la que se despide a los recién nacidos y a los fetos, los niños del agua.

El escritor jalisciense Hiram Ruvalcaba eligió ese título para su libro reciente, escrito a la par de Padres si hijos, (Premio Nacional de Cuento José Alvarado 2020), como parte de una doble búsqueda que tenía que ver con la vida y la muerte. La pérdida de un hijo y la llegada de otro.

“La visión del mundo no es algo tan personal como algo compartido, es muy difícil acercarse a una experiencia tan dolorosa, yo cuento lo mío, quiero que sirva como una especie de llamado a la empatía, si a ti te pasó o a alguien que conoces, que sepan que es un dolor legítimo, que vale la pena vivirlo una vez que ocurre porque es inevitable, pero es importante que este proceso de sanación, de aceptación de que nuestros muertos nos acompañan siempre se manifieste como algo constante, no olvidar, más bien recordar siempre estas presencias”, dice el autor en entrevista acerca de la reciente publicación de Los niños del agua (Fondo de Cultura Económica, 2021).

Encontró alivio a miles de kilómetros, al regresar a Japón, a donde ya había viajado, pero esta vez un intercambio universitario en Tokio le permitió conocer el ritual del mizuko kuyo y esa catarsis, así como la descripción de lo que vivió en esa residencia de seis meses, quedaron plasmadas en el libro.

“La experiencia de perder a Tristán hace casi 10 años, había vuelto a mí en diversos momentos de mi vida y no encontraba un consuelo satisfactorio, no lograba explicarme su existencia, el duelo que yo estaba viviendo”, comparte quien en Japón descubrió al Buda Jizo, que acompaña a los niños muertos o que no logran nacer rumbo al paraíso. “Me resultó fascinante y sanador, creo que esa es la palabra correcta”, detalla.

Originalmente, Los niños del agua sería su primera novela, “de verdad lo intenté y no salía, me quedaba como mudo, pero eventualmente me di cuenta que lo quería escribir no era ficción, lo que quería era contar la experiencia personal. La crónica me dio una libertad creativa que no había tenido, yo soy cuentista y me permitió fluir en cuanto al lenguaje, las emociones, los datos, los personajes, las historias que yo quería contar”, explica.

“La crónica normalmente se aferra a contar la realidad y este texto tiene muchas reflexiones desde la literatura tradicional, las leyendas, la religión, me parece que se complementan, yo no sería capaz de entender por ejemplo la cultura del sur de Jalisco de donde vengo sin tomar en cuenta las leyendas de Pedro Zamora, que sí existió, pero se hizo leyenda, aparece en El llano en llamas de Rulfo. Es una reflexión no diría teológica, pero sí en cuanto a qué dice la religión sobre ciertas cosas”.

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Y si ya en Padres sin hijos hacía un planteamiento sobre la paternidad, con Los niños del agua expone aún más una vulnerabilidad que no suele asociarse a lo masculino en su sistema patriarcal como el que vivimos. “Escribo sobre lo que veo, lo que siento, cómo experimento el mundo, creo que es el único ejercicio de honestidad que puedo practicar”, dice al respecto.

Y abunda: “me llama la atención la discusión actual sobre qué significa ser hombre, no sólo padre, cómo se están entendiendo las masculinidades, no sé si sean nuevas, o sea un proceso que sigue en constante transformación, la masculinidad se ha ido redefiniendo con base en los eventos que la rodean. En lo personal, ser padre me ha servido mucho como un ejercicio de reflexión casi casi ontológica, quién soy yo en esta experiencia de la paternidad, más que qué significa ser padre y luego sí trato de brincarme al ejercicio de los otros, qué significa ser padre para un campesino, un mecánico, un diputado. Son procesos que vale la pena cuestionar, porque afectan a la infancia y yo he dicho siempre que la infancia es de todos”.

En O¯tsuchi, un pueblo costero al norte de Japón, un hombre construyó el teléfono del viento, una cabina-artefacto para comunicarse con los muertos, así se creó el mizuko kuyo, una ceremonia del budismo japonés con la que se despide a los recién nacidos y a los fetos, los niños del agua.

El escritor jalisciense Hiram Ruvalcaba eligió ese título para su libro reciente, escrito a la par de Padres si hijos, (Premio Nacional de Cuento José Alvarado 2020), como parte de una doble búsqueda que tenía que ver con la vida y la muerte. La pérdida de un hijo y la llegada de otro.

“La visión del mundo no es algo tan personal como algo compartido, es muy difícil acercarse a una experiencia tan dolorosa, yo cuento lo mío, quiero que sirva como una especie de llamado a la empatía, si a ti te pasó o a alguien que conoces, que sepan que es un dolor legítimo, que vale la pena vivirlo una vez que ocurre porque es inevitable, pero es importante que este proceso de sanación, de aceptación de que nuestros muertos nos acompañan siempre se manifieste como algo constante, no olvidar, más bien recordar siempre estas presencias”, dice el autor en entrevista acerca de la reciente publicación de Los niños del agua (Fondo de Cultura Económica, 2021).

Encontró alivio a miles de kilómetros, al regresar a Japón, a donde ya había viajado, pero esta vez un intercambio universitario en Tokio le permitió conocer el ritual del mizuko kuyo y esa catarsis, así como la descripción de lo que vivió en esa residencia de seis meses, quedaron plasmadas en el libro.

“La experiencia de perder a Tristán hace casi 10 años, había vuelto a mí en diversos momentos de mi vida y no encontraba un consuelo satisfactorio, no lograba explicarme su existencia, el duelo que yo estaba viviendo”, comparte quien en Japón descubrió al Buda Jizo, que acompaña a los niños muertos o que no logran nacer rumbo al paraíso. “Me resultó fascinante y sanador, creo que esa es la palabra correcta”, detalla.

Originalmente, Los niños del agua sería su primera novela, “de verdad lo intenté y no salía, me quedaba como mudo, pero eventualmente me di cuenta que lo quería escribir no era ficción, lo que quería era contar la experiencia personal. La crónica me dio una libertad creativa que no había tenido, yo soy cuentista y me permitió fluir en cuanto al lenguaje, las emociones, los datos, los personajes, las historias que yo quería contar”, explica.

“La crónica normalmente se aferra a contar la realidad y este texto tiene muchas reflexiones desde la literatura tradicional, las leyendas, la religión, me parece que se complementan, yo no sería capaz de entender por ejemplo la cultura del sur de Jalisco de donde vengo sin tomar en cuenta las leyendas de Pedro Zamora, que sí existió, pero se hizo leyenda, aparece en El llano en llamas de Rulfo. Es una reflexión no diría teológica, pero sí en cuanto a qué dice la religión sobre ciertas cosas”.

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Y si ya en Padres sin hijos hacía un planteamiento sobre la paternidad, con Los niños del agua expone aún más una vulnerabilidad que no suele asociarse a lo masculino en su sistema patriarcal como el que vivimos. “Escribo sobre lo que veo, lo que siento, cómo experimento el mundo, creo que es el único ejercicio de honestidad que puedo practicar”, dice al respecto.

Y abunda: “me llama la atención la discusión actual sobre qué significa ser hombre, no sólo padre, cómo se están entendiendo las masculinidades, no sé si sean nuevas, o sea un proceso que sigue en constante transformación, la masculinidad se ha ido redefiniendo con base en los eventos que la rodean. En lo personal, ser padre me ha servido mucho como un ejercicio de reflexión casi casi ontológica, quién soy yo en esta experiencia de la paternidad, más que qué significa ser padre y luego sí trato de brincarme al ejercicio de los otros, qué significa ser padre para un campesino, un mecánico, un diputado. Son procesos que vale la pena cuestionar, porque afectan a la infancia y yo he dicho siempre que la infancia es de todos”.

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