Con una base de mil metros cuadrados, 21,64 metros de alto y 35,42 de ancho, la pirámide del Louvre ocupa el centro de la llamada Cour Napoleón, donde ya en el siglo XIX distintos dirigentes pensaron en levantar una pirámide, símbolo milenario de poder.
El artífice final del proyecto, que se encauzó en 1981 y se inauguró el 30 de marzo de 1989, fue el mismo que, con la voluntad de crear una serie de monumentos modernos y restaurar la grandeza de París, mandó construir el teatro de la ópera de la Bastilla, el extravagante Gran Arco de la Defensa, el Instituto del Mundo Árabe o el Museo de Orsay: el entonces presidente François Mitterrand (1916-1996).
Todos estos trabajos cargaron con más o menos polémica, sobre todo por la osadía de construcciones modernas que chocaban con un París bucólico y "haussmaniano", pero la Pirámide de cristal del Louvre, dentro del proyecto de ampliación y reorganización del Gran Louvre, fue la que acaparó mayores críticas.
El arquitecto, norteamericano de origen chino
En parte porque Mitterrand actuó -como decían sus opositores- como un faraón, al conceder el proyecto sin concurso previo al arquitecto estadounidense de origen chino, Ieoh Ming Pei.
A Pei se le encomendó la labor de construir una gran entrada luminosa que contrastara con el edificio que la rodeaba, el Palacio del Louvre, una obra arquitectónica de siglos que sirvió de palacio real hasta que el Rey Sol, Luis XIV, se encaprichó en 1682 con tener un jardín gigantesco y se trasladó a Versalles.
Pero el museo que vemos hoy día, con las múltiples alas y kilométricos pabellones que hacen el complejo inabordable en un mismo día, existe desde hace apenas tres décadas.
"Yo era un habitual del Louvre. Me daba pena la discreción de la entrada, de esa especie de aparcamiento salvaje que se encontraba en la plaza Napoleón, de los árboles leprosos que allí había", recordaba el socialista en una entrevista de 1993, en el documental "Les grands chantiers du Président", de Jean-François Roudot.
Mitterrand describe ahí el Louvre como un "pasaje que muchos no querrían atravesar de noche", pese a que la institución era ya un referente mundial.
"De Mitterrand se decía que era masón, lo que es falso, pero sí creía en las fuerzas del espíritu, y creía muy probablemente en las antiguas disciplinas que ponían lo humano en relación con fuerzas espirituales. Así que es probable que eligiera un cierto número de elementos en relación con doctrinas antiguas", opina Sylvain Solustri, conferenciante y guía del tour "Louvre esotérico".
Esto explica, para Solustri, la implicación personal que Miterrand puso en aquella obra. "No es necesariamente un símbolo de poder, pero en cierto modo es así, representa esa potencia del Sol, el Antiguo Egipto, todo eso", subraya Solustri.
Una obra con tintes esotéricos
La novela "El Código Da Vinci", de Dan Brown, contribuyó a la difusión de rumores oscuros que el propio Louvre se ha encargado de monetizar con la creación de una visita que aclara muchos de las ficciones difundidas en el libro, y que empieza precisamente en la Pirámide.
Desde su construcción corre el rumor de que el número de placas que la conforman es 666, el número de la Bestia según el Apocalipsis de San Juan. El dato es falso, en realidad hay 673.
Pero para Solustri las proporciones del monumento y su situación en el antiguo meridiano de París, marcado igualmente con los medallones dedicados al astrónomo François Arago, sustentan la teoría de que Miterrand trataba más bien de alinearse con los antiguos símbolos del poder francés, como Luis XIV y Napoleón Bonaparte.
En la década de los años ochenta, su construcción reflejó además todas las batallas políticas que enfrentaban a la izquierda y la derecha: Miterrand contra Jacques Chirac, por entonces alcalde conservador de París, que aceptó finalmente el proyecto en 1986, al ver una reproducción a escala de la Pirámide.
Ni rastro queda hoy de esa lucha
"No sabía que hubiera tantos problemas para construirla, pero me alegra que al final la hicieran", dice Thaynna Cristina de Oliveira, turista brasileña, que se fotografía junto a la Pirámide en la que será su único pasaje por el museo, pues ni siquiera entrará a ver la pinacoteca.
"El proyecto del Gran Louvre amplió los espacios de exposición, revolucionó la museografía y la acogida de visitantes. El Louvre es el único museo del mundo cuya entrada es una obra de arte", apunta orgulloso el director de la institución, Jean-Luc Martinez, consciente del gancho que esta ha supuesto.
Sus 673 paneles de cristal flotado fueron, además, una auténtica proeza técnica con la que se buscaba que la construcción fuera lo más transparente posible.
La pirámide central está también rodeada por tres réplicas a pequeña escala y otra pequeña e invertida que se sitúa en el Carrusel del Louvre.
Recientemente, la Pirámide sirvió de escenario al actual presidente de Francia, Emmanuel Macron, que en busca de un punto de la ciudad que no hubiera sido utilizado por los líderes tradicionales de la derecha y la izquierda, recurrió a la más moderna y grandiosa creación artística de la ciudad para celebrar su elección.
A quien sus opositores suelen dibujar con la vestimenta de un emperador y que con su mandato ha vuelto a invocar la figura de un presidente culto y literario, no se le pudo escapar la elección de este poderoso símbolo político, que discretamente se ha colado en las fotografías de familia de todo el que alguna vez haya pasado por París.