/ lunes 22 de julio de 2024

Países exitosos

Si volvemos la vista atrás en la historia, encontraremos un sinfín de ejemplos de civilizaciones o naciones que fueron muy exitosas en los aspectos económicos, políticos, sociales y culturales, que, vaya decirlo, casi todos van de la mano. Mesopotamia, Egipto, el Imperio Persa, Grecia, Roma, los Vikingos, Mayas, Aztecas, Incas y otras comunidades antiguas vienen inmediatamente a nuestra mente. Y si nos preguntamos por los tiempos presentes allí encontraremos a los Estados Unidos de América, Canadá, Alemania, Inglaterra, Japón, los llamados Tigres Asiáticos, China, quizá Rusia, Dinamarca, Noruega, etcétera (faltan varios que por evitar sonsonetes innecesarios no enlistaremos).

En la otra cara de la moneda de las actualidades fatídicas, enumeraremos esperpentos de países tales como Nicaragua, Cuba, Venezuela, Bolivia, un sinfín de países Africanos, y otros asiáticos que no han logrado levantar el ala.

Entre estos dos bloques se encuentran, o nos encontramos, la mayoría de las naciones con una existencia grisácea, clarobscura y sin una definición precisa en cuál lado de la historia queremos realmente estar, con bandazos ideológicos que nos hacen ver a la luz de las interpretaciones bíbicas como de una tibieza o indecisión vomitiva.

Desde tiempo atrás los teóricos más avezados se han preguntado qué factores o condiciones hacen a un país exitoso. Y, sin ninguna sorpresa, los habitantes de la primer lista que mencionamos, es decir, los que sobresalen por sus buenos indicadores económicos, sociales, educativos, de salud, culturales, etcétera, afirman que el respeto a las leyes (un Estado de Derecho fuerte), donde se garantice a sus ciudadanos la vida, la libertad, y la propiedad son los ingredientes absolutamente necesarios para que se de el progreso en todos los ámbitos.

Por el contrario, si preguntamos a las grandes mayorías de los países subdesarrollados del segundo y tercer grupo, autollamados ellos como los “oprimidos”, “explotados por el capitalismo”, “segregados de los beneficios del progreso”, y frases similares, tendrán la tendencia a culpar a un tercer país o grupo, de sus males pasados, presentes y futuros, pudiendo estas malignidades ser el capitalismo rapaz, las empresas transnacionales, la dominación económica de los países ricos, y un sinfín de justificaciones similares.

Los latinoamericanos hemos sido particularmente proclives a culpar al capitalismo infernal del norte de todos nuestros históricos y endémicos males y sufrimientos, fomentando como una doctrina educativa oficial el resentimiento y la envidia sin límites.

Si Japón y Alemania de la segunda post guerra mundial, donde no quedó un ladrillo sobre otro, hubiesen tenido líderes con mentalidades al estilo cubano – nicaragüense - bolivariano – latinoamericano marxista, o similares, ahorita andarían allá apenas en taparrabos, sin exagerar.

Si volvemos la vista atrás en la historia, encontraremos un sinfín de ejemplos de civilizaciones o naciones que fueron muy exitosas en los aspectos económicos, políticos, sociales y culturales, que, vaya decirlo, casi todos van de la mano. Mesopotamia, Egipto, el Imperio Persa, Grecia, Roma, los Vikingos, Mayas, Aztecas, Incas y otras comunidades antiguas vienen inmediatamente a nuestra mente. Y si nos preguntamos por los tiempos presentes allí encontraremos a los Estados Unidos de América, Canadá, Alemania, Inglaterra, Japón, los llamados Tigres Asiáticos, China, quizá Rusia, Dinamarca, Noruega, etcétera (faltan varios que por evitar sonsonetes innecesarios no enlistaremos).

En la otra cara de la moneda de las actualidades fatídicas, enumeraremos esperpentos de países tales como Nicaragua, Cuba, Venezuela, Bolivia, un sinfín de países Africanos, y otros asiáticos que no han logrado levantar el ala.

Entre estos dos bloques se encuentran, o nos encontramos, la mayoría de las naciones con una existencia grisácea, clarobscura y sin una definición precisa en cuál lado de la historia queremos realmente estar, con bandazos ideológicos que nos hacen ver a la luz de las interpretaciones bíbicas como de una tibieza o indecisión vomitiva.

Desde tiempo atrás los teóricos más avezados se han preguntado qué factores o condiciones hacen a un país exitoso. Y, sin ninguna sorpresa, los habitantes de la primer lista que mencionamos, es decir, los que sobresalen por sus buenos indicadores económicos, sociales, educativos, de salud, culturales, etcétera, afirman que el respeto a las leyes (un Estado de Derecho fuerte), donde se garantice a sus ciudadanos la vida, la libertad, y la propiedad son los ingredientes absolutamente necesarios para que se de el progreso en todos los ámbitos.

Por el contrario, si preguntamos a las grandes mayorías de los países subdesarrollados del segundo y tercer grupo, autollamados ellos como los “oprimidos”, “explotados por el capitalismo”, “segregados de los beneficios del progreso”, y frases similares, tendrán la tendencia a culpar a un tercer país o grupo, de sus males pasados, presentes y futuros, pudiendo estas malignidades ser el capitalismo rapaz, las empresas transnacionales, la dominación económica de los países ricos, y un sinfín de justificaciones similares.

Los latinoamericanos hemos sido particularmente proclives a culpar al capitalismo infernal del norte de todos nuestros históricos y endémicos males y sufrimientos, fomentando como una doctrina educativa oficial el resentimiento y la envidia sin límites.

Si Japón y Alemania de la segunda post guerra mundial, donde no quedó un ladrillo sobre otro, hubiesen tenido líderes con mentalidades al estilo cubano – nicaragüense - bolivariano – latinoamericano marxista, o similares, ahorita andarían allá apenas en taparrabos, sin exagerar.