/ viernes 28 de junio de 2024

Los de abajo firmantes

En rechazo al gobierno de López Obrador y su continuidad, unos 250 “integrantes de la comunidad cultural” llamaron el pasado 20 de mayo, a votar por Xóchitl Gálvez, candidata presidencial de la coalición opositora PRI PAN PRD. Cuatro días más tarde, cerca de 900 “académicos, intelectuales, científicos y artistas”, identificados con el programa de Claudia Sheinbaum, predijeron e impulsaron su triunfo electoral el 2 de junio. En distintos grados, la desproporción entre firmantes de cada orientación favoreció a Morena, PT y Verde en los resultados de los diversos cargos: presidencia de la República, congreso, gubernaturas y alcaldías.

Los malos cálculos de la oposición en los partidos coaligados y los medios difícilmente pueden entenderse como errores. Lo más probable es que ellos supieran que mentían, pero llevaban una estrategia de engaños a la población, a fin de ganar algunos espacios derivados de la molestia y del odio de sus seguidores contabilizados en votos. Todo en detrimento de la vida democrática. Puede decirse que en la jornada electoral se enfrentaron un proyecto de nación y una negación sin proyecto.

Se requiere ahora el sinceramiento de esas dirigencias, candidaturas y “comentocracia”, tanto con los hechos como con sus seguidores. Por el contrario, lo que aquéllas ofrecen principalmente son acusaciones, silencios y la preparación de un sexenio más de confrontación. Frente al déficit de verdad y trabajo de oposición activa y creativa para el cogobierno, la propia ciudadanía habrá de hacerse cargo de su orfandad para construir la democracia.

Es que la politización del país no puede limitarse a la toma de posiciones a partir de preferencias y rechazos, sobre todo cuando estos últimos son dirigidos contra una parte de la población. Para ella es necesaria la formación o, por lo menos, la información diversificada. Se entiende que, ante la abundancia de mensajes, datos y emociones, los posibles electores decidieran exponerse a una sola línea interpretativa del estado de cosas del país.

Azuzada especialmente por profesionales de los medios, parte de la oposición ciudadana alimentó además su imaginario con memes recibidos acríticamente y reenviados sin previa verificación. Pero, ¿quién pierde con la retransmisión acrítica de datos y mensajes falsos? Los mismos que participan de ella. Del mismo modo se revirtió el efecto del sabotaje legislativo, el contraejercicio de ignorar todas las iniciativas de reforma a la carta magna, llamado moratoria constitucional. Los planes A y B, consistentes en la reforma del poder judicial primero por sí mismo o luego por el poder legislativo, fueron desechados. Quedó como última alternativa el Plan C, con el que el oficialismo ha ganado en las urnas la mayoría calificada para modificar no sólo el tercer poder, sino la constitución en pleno. Otro error de cálculo por falta de oficio y de proyecto opositor.

Pero el contrapeso político que necesita un país nunca es sólo el de las cámaras, el poder judicial, las gubernaturas, los medios y las encuestadoras compradas. Se requiere una oposición con una ciudadanía preparada para el pensamiento y el trabajo desde una contraoferta coherente e integral, no una simple adhesión parcial al proyecto o a la ideología de enfrente para arrebatarles votos. El declararse de izquierda o trotskista, como hicieron Santiago Creel y Xóchitl Gálvez, es no entender ni siquiera a la derecha. Y el no entender a los votantes fue apostarle a un voto oculto mágico a favor de una candidata como producto milagro y, mucho peor, culpar a los pobres de la derrota para cobrársela mediante el despido o la moratoria en propinas. Esos otros, que suman millones, “los de abajo firmantes”, tienen su historia, votan y suscriben un hecho: ellos también existen.

En rechazo al gobierno de López Obrador y su continuidad, unos 250 “integrantes de la comunidad cultural” llamaron el pasado 20 de mayo, a votar por Xóchitl Gálvez, candidata presidencial de la coalición opositora PRI PAN PRD. Cuatro días más tarde, cerca de 900 “académicos, intelectuales, científicos y artistas”, identificados con el programa de Claudia Sheinbaum, predijeron e impulsaron su triunfo electoral el 2 de junio. En distintos grados, la desproporción entre firmantes de cada orientación favoreció a Morena, PT y Verde en los resultados de los diversos cargos: presidencia de la República, congreso, gubernaturas y alcaldías.

Los malos cálculos de la oposición en los partidos coaligados y los medios difícilmente pueden entenderse como errores. Lo más probable es que ellos supieran que mentían, pero llevaban una estrategia de engaños a la población, a fin de ganar algunos espacios derivados de la molestia y del odio de sus seguidores contabilizados en votos. Todo en detrimento de la vida democrática. Puede decirse que en la jornada electoral se enfrentaron un proyecto de nación y una negación sin proyecto.

Se requiere ahora el sinceramiento de esas dirigencias, candidaturas y “comentocracia”, tanto con los hechos como con sus seguidores. Por el contrario, lo que aquéllas ofrecen principalmente son acusaciones, silencios y la preparación de un sexenio más de confrontación. Frente al déficit de verdad y trabajo de oposición activa y creativa para el cogobierno, la propia ciudadanía habrá de hacerse cargo de su orfandad para construir la democracia.

Es que la politización del país no puede limitarse a la toma de posiciones a partir de preferencias y rechazos, sobre todo cuando estos últimos son dirigidos contra una parte de la población. Para ella es necesaria la formación o, por lo menos, la información diversificada. Se entiende que, ante la abundancia de mensajes, datos y emociones, los posibles electores decidieran exponerse a una sola línea interpretativa del estado de cosas del país.

Azuzada especialmente por profesionales de los medios, parte de la oposición ciudadana alimentó además su imaginario con memes recibidos acríticamente y reenviados sin previa verificación. Pero, ¿quién pierde con la retransmisión acrítica de datos y mensajes falsos? Los mismos que participan de ella. Del mismo modo se revirtió el efecto del sabotaje legislativo, el contraejercicio de ignorar todas las iniciativas de reforma a la carta magna, llamado moratoria constitucional. Los planes A y B, consistentes en la reforma del poder judicial primero por sí mismo o luego por el poder legislativo, fueron desechados. Quedó como última alternativa el Plan C, con el que el oficialismo ha ganado en las urnas la mayoría calificada para modificar no sólo el tercer poder, sino la constitución en pleno. Otro error de cálculo por falta de oficio y de proyecto opositor.

Pero el contrapeso político que necesita un país nunca es sólo el de las cámaras, el poder judicial, las gubernaturas, los medios y las encuestadoras compradas. Se requiere una oposición con una ciudadanía preparada para el pensamiento y el trabajo desde una contraoferta coherente e integral, no una simple adhesión parcial al proyecto o a la ideología de enfrente para arrebatarles votos. El declararse de izquierda o trotskista, como hicieron Santiago Creel y Xóchitl Gálvez, es no entender ni siquiera a la derecha. Y el no entender a los votantes fue apostarle a un voto oculto mágico a favor de una candidata como producto milagro y, mucho peor, culpar a los pobres de la derrota para cobrársela mediante el despido o la moratoria en propinas. Esos otros, que suman millones, “los de abajo firmantes”, tienen su historia, votan y suscriben un hecho: ellos también existen.

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