/ sábado 30 de diciembre de 2023

Las guerras cognitivas

La palabra o el signo que el hombre utiliza es el hombre mismo.

Charles S. Peirce

Las guerras se han desarrollado progresivamente en seis frentes: tierra, agua, aire, espacio exterior, ciberespacio y conciencia. Este recuento de arenas de lucha es del excoronel español Pedro Baños. Observamos que, en su escala, todas forman parte de una estrategia geopolítica de dominación de las especies, de tribus, naciones y civilizaciones, del planeta, su entorno y sus representaciones. Cada espacio de lucha es más sofisticado que el anterior. Dominarlo o resistirse significa poner en juego más recursos.

También vemos que el frente de la conciencia es distinto: podría ubicarse a lo largo de la trayectoria histórica de las confrontaciones, porque de hecho se mantiene vigente para que las otras, desde la tierra hasta el ciberespacio, siempre externas, se atenúen. A cambio, somos invadidos sutil, eficaz y permanentemente. Las formas que van adoptando los asaltos, así como sus agentes y usos corresponden a épocas, civilizaciones y regímenes con tanta precisión que se puede periodizar la historia según dichas formas. Hoy vivimos en situaciones complejas en que la vigilancia que nos rodea opera de modo sofisticado mediante tecnologías de las que somos colaboradores y accionistas sin ganancia.

Entre los medios para captar individuos podemos reconocer los de tipo fiscal, médico, de movilidad, policial, de buró de crédito y de fidelización a marcas, como los probablemente más reconocidos y legitimados. Para naciones y grandes empresas, organizaciones y partidos políticos, destacan las evaluaciones de las calificadoras financieras, así como las certificaciones, los ratings y las encuestas. Recursos menos obvios son el rastreo telefónico y de plataformas, así como todo el seguimiento de la actividad dentro y parcialmente fuera de internet.

Nos escandaliza saber que China aplica en sus ciudadanos, empresas y organizaciones un recurso que engloba lo anterior desde su Sistema de crédito social. Mediante él evalúa, regula y tutela el desempeño del país a través de sus agentes, pero sus críticos lo señalan como un aparato de vigilancia, control y castigo. Sin embargo, lo que ocurre en occidente resulta más peligroso porque es invisible, engañoso y adictivo: se encuentra en poder de corporaciones que operan por encima de las leyes de los Estados y los mercados.

El modelo de Facebook sobresale por su capacidad de clasificar y predecir conductas mejor que los mismos usuarios. Con ella puede crear grupos de referencia cuyos miembros no necesitan conocerse, sólo coordinarse para ajustar sus cogniciones y actitudes, a fin de llevar a cabo acciones predefinidas por contratantes interesados. Los resultados son más exitosos para unas y otras empresas cuanto más estandarizada se encuentre la sociedad donde operan. Los ciudadanos-consumidores compran la ilusión de haberse apropiado del medio y del mundo, cuando en realidad funcionan como mercancía confeccionada por un algoritmo sobrealimentado. Gracias a éste, el producto que el hombre consume es el hombre mismo.

Podemos preguntarnos por qué ante un panorama de control y vigilancia tan pormenorizada no encontramos a nuestros desaparecidos ni contamos con mayor seguridad frente al delito, siendo que numerosos detalles de la vida privada de los posibles atacantes también se encuentran almacenados en bancos de información. La clave está en quiénes recaban qué datos y qué uso les dan. Las empresas cognitivas se interesan en ofrecernos empaquetados a anunciantes discretos que nos quieren como consumidores. Las agencias de espionaje a ciudadanos y gobiernos tienen por objetivo posiciones de poder. Nada más.

El trueque de libertad por seguridad comenzará cuando la digitalización, rastreo y capacidad de desactivación del dinero, la privacidad y la riqueza permitan al gran hermano ladrón sacar del negocio a su competencia.

La palabra o el signo que el hombre utiliza es el hombre mismo.

Charles S. Peirce

Las guerras se han desarrollado progresivamente en seis frentes: tierra, agua, aire, espacio exterior, ciberespacio y conciencia. Este recuento de arenas de lucha es del excoronel español Pedro Baños. Observamos que, en su escala, todas forman parte de una estrategia geopolítica de dominación de las especies, de tribus, naciones y civilizaciones, del planeta, su entorno y sus representaciones. Cada espacio de lucha es más sofisticado que el anterior. Dominarlo o resistirse significa poner en juego más recursos.

También vemos que el frente de la conciencia es distinto: podría ubicarse a lo largo de la trayectoria histórica de las confrontaciones, porque de hecho se mantiene vigente para que las otras, desde la tierra hasta el ciberespacio, siempre externas, se atenúen. A cambio, somos invadidos sutil, eficaz y permanentemente. Las formas que van adoptando los asaltos, así como sus agentes y usos corresponden a épocas, civilizaciones y regímenes con tanta precisión que se puede periodizar la historia según dichas formas. Hoy vivimos en situaciones complejas en que la vigilancia que nos rodea opera de modo sofisticado mediante tecnologías de las que somos colaboradores y accionistas sin ganancia.

Entre los medios para captar individuos podemos reconocer los de tipo fiscal, médico, de movilidad, policial, de buró de crédito y de fidelización a marcas, como los probablemente más reconocidos y legitimados. Para naciones y grandes empresas, organizaciones y partidos políticos, destacan las evaluaciones de las calificadoras financieras, así como las certificaciones, los ratings y las encuestas. Recursos menos obvios son el rastreo telefónico y de plataformas, así como todo el seguimiento de la actividad dentro y parcialmente fuera de internet.

Nos escandaliza saber que China aplica en sus ciudadanos, empresas y organizaciones un recurso que engloba lo anterior desde su Sistema de crédito social. Mediante él evalúa, regula y tutela el desempeño del país a través de sus agentes, pero sus críticos lo señalan como un aparato de vigilancia, control y castigo. Sin embargo, lo que ocurre en occidente resulta más peligroso porque es invisible, engañoso y adictivo: se encuentra en poder de corporaciones que operan por encima de las leyes de los Estados y los mercados.

El modelo de Facebook sobresale por su capacidad de clasificar y predecir conductas mejor que los mismos usuarios. Con ella puede crear grupos de referencia cuyos miembros no necesitan conocerse, sólo coordinarse para ajustar sus cogniciones y actitudes, a fin de llevar a cabo acciones predefinidas por contratantes interesados. Los resultados son más exitosos para unas y otras empresas cuanto más estandarizada se encuentre la sociedad donde operan. Los ciudadanos-consumidores compran la ilusión de haberse apropiado del medio y del mundo, cuando en realidad funcionan como mercancía confeccionada por un algoritmo sobrealimentado. Gracias a éste, el producto que el hombre consume es el hombre mismo.

Podemos preguntarnos por qué ante un panorama de control y vigilancia tan pormenorizada no encontramos a nuestros desaparecidos ni contamos con mayor seguridad frente al delito, siendo que numerosos detalles de la vida privada de los posibles atacantes también se encuentran almacenados en bancos de información. La clave está en quiénes recaban qué datos y qué uso les dan. Las empresas cognitivas se interesan en ofrecernos empaquetados a anunciantes discretos que nos quieren como consumidores. Las agencias de espionaje a ciudadanos y gobiernos tienen por objetivo posiciones de poder. Nada más.

El trueque de libertad por seguridad comenzará cuando la digitalización, rastreo y capacidad de desactivación del dinero, la privacidad y la riqueza permitan al gran hermano ladrón sacar del negocio a su competencia.

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