/ martes 5 de noviembre de 2024

La muerte antes de la conquista

Me remonto a lo recogido en el pensamiento nahua por fray Bernardino de Sahagún en “Historia de las cosas de la Nueva España”: entristecidos, quienes veían partir a un ser amado le humedecían la cabeza y ponían a disposición un jarro de agua para sortear las penas que durarían cuatro años, antes de llegar a su estancia definitiva. Al atravesar dos sierras, el difunto encontraría un camino custodiado por una culebra, después vería una lagartija llamada Xochitónal. Ocho páramos e igual número de collados debería pasar; su rostro terminaría ajado al cruzar por donde el viento corta como navaja, solo entonces daría sus presentes Mictlantecuhtli, el señor del inframundo; (salvoconductos) teas, cañas de perfumes, mantas, hilos. Era el camino común hacia el Mictlán (lugar de los muertos en náhuatl).

Diferente era el destino para los que entregaban su vida en el campo de batalla y para las mujeres fallecidas en el parto, a ellos los esperaban la “casa del sol”.

Bajo la tierra, en un hueco pestilente, frío y sin atisbo de luz, regía Mictlantecuhtli. De las representaciones que de él se conocen por medio de códices y esculturas impactan el par de figuras de barro de casi 1.80 metros de alto halladas en la Casa de Las Águilas del Templo Mayor. En la época prehispánica, lo que se creía era que había un principio y un fin y otra vez una renovación, lo cual tiene mucho que ver con el ciclo agrícola.

La historia del concepto actual de muerte y su iconografía reflejada en la Santa Muerte del presente siglo se relaciona más con la religión judeo cristiana que con la voz del pueblo prehispánico, del que se cuenta únicamente los vestigios arqueológicos. El icono de la Santa Muerte proviene de las danzas macabras y algunos diseños grecolatinos, de ahí la presencia de la guadaña, el manto y la balanza. Durante la Colonia, el trabajo evangelizador se enfocó en preparar devotos y conversos, para recibir una “buena muerte” tras cumplir con todos los sacramentos. Dicho concepto, junto con del de la muerte como castigo por el pecado de Adán y Eva y el del Juicio Final daría pie a una rica y vasta iconografía que quedó plasmada en el arte virreinal.

Grandes esculturas con la imagen de la muerte, salían en las procesiones del Viernes Santo, de estas se conservan al menos tres en el país y son veneradas hasta el día de hoy. La santa muerte de Yanhuitlán que es visitada en el ex convento dominico de esta localidad oaxaqueña y las conocidas como San Bernardo y San Pascual Bailón en Tepatepec, Hidalgo y en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas respectivamente.

Me remonto a lo recogido en el pensamiento nahua por fray Bernardino de Sahagún en “Historia de las cosas de la Nueva España”: entristecidos, quienes veían partir a un ser amado le humedecían la cabeza y ponían a disposición un jarro de agua para sortear las penas que durarían cuatro años, antes de llegar a su estancia definitiva. Al atravesar dos sierras, el difunto encontraría un camino custodiado por una culebra, después vería una lagartija llamada Xochitónal. Ocho páramos e igual número de collados debería pasar; su rostro terminaría ajado al cruzar por donde el viento corta como navaja, solo entonces daría sus presentes Mictlantecuhtli, el señor del inframundo; (salvoconductos) teas, cañas de perfumes, mantas, hilos. Era el camino común hacia el Mictlán (lugar de los muertos en náhuatl).

Diferente era el destino para los que entregaban su vida en el campo de batalla y para las mujeres fallecidas en el parto, a ellos los esperaban la “casa del sol”.

Bajo la tierra, en un hueco pestilente, frío y sin atisbo de luz, regía Mictlantecuhtli. De las representaciones que de él se conocen por medio de códices y esculturas impactan el par de figuras de barro de casi 1.80 metros de alto halladas en la Casa de Las Águilas del Templo Mayor. En la época prehispánica, lo que se creía era que había un principio y un fin y otra vez una renovación, lo cual tiene mucho que ver con el ciclo agrícola.

La historia del concepto actual de muerte y su iconografía reflejada en la Santa Muerte del presente siglo se relaciona más con la religión judeo cristiana que con la voz del pueblo prehispánico, del que se cuenta únicamente los vestigios arqueológicos. El icono de la Santa Muerte proviene de las danzas macabras y algunos diseños grecolatinos, de ahí la presencia de la guadaña, el manto y la balanza. Durante la Colonia, el trabajo evangelizador se enfocó en preparar devotos y conversos, para recibir una “buena muerte” tras cumplir con todos los sacramentos. Dicho concepto, junto con del de la muerte como castigo por el pecado de Adán y Eva y el del Juicio Final daría pie a una rica y vasta iconografía que quedó plasmada en el arte virreinal.

Grandes esculturas con la imagen de la muerte, salían en las procesiones del Viernes Santo, de estas se conservan al menos tres en el país y son veneradas hasta el día de hoy. La santa muerte de Yanhuitlán que es visitada en el ex convento dominico de esta localidad oaxaqueña y las conocidas como San Bernardo y San Pascual Bailón en Tepatepec, Hidalgo y en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas respectivamente.