El fenómeno meteorológico DANA que azotó Valencia y otras provincias de España, dejando a su paso una estela de devastación, ha puesto en el foco de atención la vulnerabilidad de estas ciudades frente al desastre natural y las complejidades que atraviesan en dicho país. Las inundaciones, que resultaron en millonarios daños materiales y, lamentablemente, en la pérdida de vidas humanas, han mostrado que incluso en países desarrollados como España se pueden dar situaciones de desamparo ciudadano y descoordinación institucional ante crisis naturales. Este evento revela una verdad incómoda y, a menudo, invisibilizada: ningún país, por avanzado que sea, está exento de las tragedias que suelen asociarse con el "Tercer Mundo".
Las críticas hacia la respuesta de las autoridades no tardaron en llegar, y el malestar de la población ha sido evidente en las protestas y las agresiones hacia figuras como el presidente Pedro Sánchez y el Rey Felipe VI. Los residentes de las zonas afectadas señalan que las autoridades locales y nacionales subestimaron la magnitud del evento y no emitieron alertas tempranas de manera eficaz, lo que limitó la capacidad de los ciudadanos para prepararse. La reacción de la gente no es otra cosa que una frustración profunda con la desconexión percibida entre la clase política y la realidad cotidiana de los ciudadanos.
Este tipo de manifestaciones cuestionan el rol de la monarquía en tiempos de crisis, sugiriendo que, en un momento de tanta necesidad y pérdida, la presencia de una figura que vive en el privilegio parece una paradoja frente a las carencias de quienes lo han perdido todo. La visita oficial, aunque probablemente con la intención de consolar a las víctimas, se percibe como una respuesta insuficiente en una sociedad que, ante la creciente desigualdad, espera que sus líderes no solo aparezcan tras una tragedia, sino que actúen proactivamente para evitarla.
La indignación y el dolor de las personas damnificadas son completamente comprensibles, ya que sienten que han sido abandonadas y que el sistema, en el cual confiaban para velar por su seguridad, no cumplió con su función. Las promesas de apoyo y reconstrucción son palabras necesarias, pero llegan tarde para quienes ya han perdido familiares, hogares o medios de vida.
El impacto de la DANA en España deja en claro que los países desarrollados no son inmunes a los desafíos asociados con la gestión de desastres. Si bien el cambio climático no es algo que pueda ser controlado por una nación de forma aislada, sí es posible construir comunidades más preparadas y políticas de emergencia más eficaces. Este evento debe servir de advertencia para que no se repita esta dolorosa experiencia y para que, en el futuro, la sociedad española pueda enfrentar estas crisis con una mejor preparación y una mayor cohesión entre los ciudadanos y sus instituciones.