/ viernes 31 de mayo de 2024

Fin de época

Cada época se inventa las rivalidades que necesita. Su más importante enemiga es la época que la sustituirá. Las formas en que se enfrentan quienes las encabezan son muy variadas: sutiles en su gran mayoría y algunas aplastantes, según vemos con creciente frecuencia. Moisés Naím señalaba ya en 2013 la existencia a escala mundial de “un conflicto caracterizado por el difuminado de los límites entre la guerra y la política, lo militar y lo civil […]. El terrorismo, la guerra cibernética y la propaganda son instrumentos habituales de la guerra de cuarta generación” (El fin del poder, Random House Mondadori, p. 179).

Las guerras no son nuevas. Quizá sean solamente actualizaciones de un largo conflicto interrumpido por treguas y cambios de mando que los historiadores observan para marcar períodos. Académicos occidentales estudiosos de los enfrentamientos que ahora mismo sostiene su región contra Palestina y países afines, así como naciones africanas de la franja del Sahel, Rusia y China, denuncian todos los días la fragilidad del orden creado durante siglos por Europa, y a lo largo de décadas por los Estados Unidos (EUA).

Las naciones participan a su manera en las hostilidades desde los recursos que poseen, y desde la visión de sí mismos y de los otros. Es decir, cada bando acude al frente de batalla armado de historia, de los resultados de sus luchas internas, de imposturas útiles.

Conforme las sociedades se vuelven más complejas e interrelacionadas, más se diferencian los grandes bloques de las civilizaciones. Oriente y el llamado Sur global, donde se encuentran América Latina y África, inician menos agresiones materiales y culturales que el occidente norteamericano y europeo. Ahora mismo, éste prepara la ampliación y agravamiento de los conflictos en que participa, y que ya está perdiendo internamente: la Unión Europea (UE) enfrenta la posibilidad de disolución, EUA de una guerra civil, y ambos, un conflicto nuclear con Rusia, y quizá más actores.

Alemania, Gran Bretaña y Francia atraviesan crisis económicas, políticas y sociales. Sin la competitividad que le daban los hidrocarburos rusos, el primer país sufre fuga de industrias, técnicos, científicos y capital. Las propias élites británicas, interesadas en destruir Rusia, este mes de mayo han ordenado a sus súbditos preparar provisiones para una catástrofe nuclear o una pandemia. El presidente Emmanuel Macron pretende enviar soldados franceses a combatir a los rusos en Ucrania, no obstante que ello desataría una guerra directa entre las potencias. Entretanto, la población europea subsidia las provocaciones suicidas de sus líderes y se llena de refugiados.

Ucrania renunció en 2014 a cerrar un acuerdo con Rusia que le habría evitado la masacre actual. Los británicos cambiaron la paz por apoyo militar, económico y el ingreso a la UE. Ahora mueren cada día y por cada frente hasta 400 combatientes reclutados a la fuerza. El país pierde población y territorios. Sólo ha crecido en deuda bajo el liderazgo del excomediante Volodímir Zelensky, un presidente autoprolongado en su mandato por falta de elecciones ante la emergencia bélica que él mismo ha prohibido negociar.

EUA, que desde el principio se benefició de las pérdidas ajenas, ahora enfrenta amenazas de guerra civil por dar la espalda a sus millones de pobres mientras financia la guerra contra Rusia y respalda el genocidio cometido por Israel en Gaza. Extraviado en un mundo que no ha sabido gestionar, ahora debe frenar el modelo civilizatorio chino para la nueva época.

Esperemos que las poblaciones occidentales sacudan estas tragedias y eviten la máxima de Leonardo Sciascia: “Cada sociedad genera el tipo de impostura que […] se merece” (1994, El consejo de Egipto, Tusquets, p. 136).

Cada época se inventa las rivalidades que necesita. Su más importante enemiga es la época que la sustituirá. Las formas en que se enfrentan quienes las encabezan son muy variadas: sutiles en su gran mayoría y algunas aplastantes, según vemos con creciente frecuencia. Moisés Naím señalaba ya en 2013 la existencia a escala mundial de “un conflicto caracterizado por el difuminado de los límites entre la guerra y la política, lo militar y lo civil […]. El terrorismo, la guerra cibernética y la propaganda son instrumentos habituales de la guerra de cuarta generación” (El fin del poder, Random House Mondadori, p. 179).

Las guerras no son nuevas. Quizá sean solamente actualizaciones de un largo conflicto interrumpido por treguas y cambios de mando que los historiadores observan para marcar períodos. Académicos occidentales estudiosos de los enfrentamientos que ahora mismo sostiene su región contra Palestina y países afines, así como naciones africanas de la franja del Sahel, Rusia y China, denuncian todos los días la fragilidad del orden creado durante siglos por Europa, y a lo largo de décadas por los Estados Unidos (EUA).

Las naciones participan a su manera en las hostilidades desde los recursos que poseen, y desde la visión de sí mismos y de los otros. Es decir, cada bando acude al frente de batalla armado de historia, de los resultados de sus luchas internas, de imposturas útiles.

Conforme las sociedades se vuelven más complejas e interrelacionadas, más se diferencian los grandes bloques de las civilizaciones. Oriente y el llamado Sur global, donde se encuentran América Latina y África, inician menos agresiones materiales y culturales que el occidente norteamericano y europeo. Ahora mismo, éste prepara la ampliación y agravamiento de los conflictos en que participa, y que ya está perdiendo internamente: la Unión Europea (UE) enfrenta la posibilidad de disolución, EUA de una guerra civil, y ambos, un conflicto nuclear con Rusia, y quizá más actores.

Alemania, Gran Bretaña y Francia atraviesan crisis económicas, políticas y sociales. Sin la competitividad que le daban los hidrocarburos rusos, el primer país sufre fuga de industrias, técnicos, científicos y capital. Las propias élites británicas, interesadas en destruir Rusia, este mes de mayo han ordenado a sus súbditos preparar provisiones para una catástrofe nuclear o una pandemia. El presidente Emmanuel Macron pretende enviar soldados franceses a combatir a los rusos en Ucrania, no obstante que ello desataría una guerra directa entre las potencias. Entretanto, la población europea subsidia las provocaciones suicidas de sus líderes y se llena de refugiados.

Ucrania renunció en 2014 a cerrar un acuerdo con Rusia que le habría evitado la masacre actual. Los británicos cambiaron la paz por apoyo militar, económico y el ingreso a la UE. Ahora mueren cada día y por cada frente hasta 400 combatientes reclutados a la fuerza. El país pierde población y territorios. Sólo ha crecido en deuda bajo el liderazgo del excomediante Volodímir Zelensky, un presidente autoprolongado en su mandato por falta de elecciones ante la emergencia bélica que él mismo ha prohibido negociar.

EUA, que desde el principio se benefició de las pérdidas ajenas, ahora enfrenta amenazas de guerra civil por dar la espalda a sus millones de pobres mientras financia la guerra contra Rusia y respalda el genocidio cometido por Israel en Gaza. Extraviado en un mundo que no ha sabido gestionar, ahora debe frenar el modelo civilizatorio chino para la nueva época.

Esperemos que las poblaciones occidentales sacudan estas tragedias y eviten la máxima de Leonardo Sciascia: “Cada sociedad genera el tipo de impostura que […] se merece” (1994, El consejo de Egipto, Tusquets, p. 136).

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