El reciente triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos marca un retorno a una retórica y políticas que avivan las tensiones históricas sobre el racismo y el clasismo en ese país. La victoria de Trump, con un gabinete profundamente radical, representa un giro aún más conservador y polarizante que durante su primer mandato. Este hecho resalta la persistencia de una ideología que privilegia a ciertos sectores de la población, mientras perpetúa la exclusión de otros, enraizada en una visión de supremacía que ha definido gran parte de la historia estadounidense.
El racismo estructural e histórico, ha sido un componente fundamental en la construcción del "sueño americano". Desde la colonización, pasando por la esclavitud, hasta las políticas contemporáneas de segregación y discriminación, el sistema ha favorecido consistentemente a un grupo sobre otros, relegando a comunidades indígenas, afrodescendientes, latinas y otras minorías. Y es que el gabinete anunciado por Trump, refuerza la preocupación ante una política de exclusión que perpetúa el discurso de que los migrantes son un peligro para la estabilidad económica y social del país.
Estas dinámicas trascienden las fronteras estadounidenses, marcando el inicio de una etapa en la que las decisiones del nuevo gobierno tendrán un impacto significativo en la cooperación regional. México, como socio estratégico, enfrenta el reto de aprovechar las oportunidades que surjan en esta nueva relación bilateral, priorizando el diálogo y la construcción de acuerdos que beneficien a ambas naciones en aspectos como el comercio, la seguridad y la migración.
Frente a estas decisiones, la respuesta de México será clave. Aunque la presidenta Claudia Shienbaum ha manifestado su intención de mantener buenas relaciones bilaterales, las declaraciones y políticas de personajes como Marco Rubio y Tom Homan muestran un panorama desafiante. La hostilidad hacia nuestra nación, alimentada por estereotipos y prejuicios, pone a prueba la capacidad diplomática de ambos países para encontrar puntos de entendimiento en medio de tensiones históricas y actuales.
En última instancia, el triunfo de Donald Trump no solo refleja las divisiones internas en Estados Unidos, sino que también evidencia cómo el racismo y el clasismo siguen siendo herramientas políticas para movilizar a ciertos sectores de la población. Este momento histórico obliga a reflexionar sobre los valores que se priorizan en una democracia y las implicaciones globales de un liderazgo que mantiene la exclusión y la desigualdad como estandartes de campaña. Sin embargo, es importante reconocer que, aunque las políticas de Trump son altamente cuestionables y controversiales, la dinámica global actual ya no posiciona a Estados Unidos como el actor todopoderoso de antaño, especialmente frente al crecimiento de economías fuertes como la de China, que redefinen los equilibrios del poder en el escenario internacional.
La administración que está por comenzar genera una profunda inquietud debido a la polémica que rodea a ciertas figuras clave y las políticas anunciadas, lo que plantea dudas sobre si regresar a esta línea fue realmente una decisión acertada para un país que enfrenta desafíos internos y globales cada vez más severos.