/ miércoles 13 de marzo de 2024

El Espectador / Al que asesina en México, un abrazo y lo que quiera

Ayer circuló un video en redes sociales en donde Félix Salgado Macedonio, el papá de la gobernadora de Guerrero y, dicen los que entienden de política, el gobernador de facto gracias a su cercanía con Andrés Manuel López Obrador, anda bailando contento como si el estado viviera una fiesta de paz, prosperidad y desarrollo. Allá en Tixtla, Chilpo, Tierra Colorada, Iguala y Acapulco, desde hace tiempo saben que esos políticos no sirven para nada, más allá de ser vistos como personajes que buscan poder, para enriquecerse, como otros caciques locales del pasado hacían. La sensación de impotencia de la población, luego de ver por ejemplo los videos de los cobradores de piso cacheteando a los trabajadores de las rutas de transporte, crece cada día y sigue sin respuesta oficial. Abrazos, no balazos, dirá directamente Claudia Sheinbaum, pues eso no ocurre realmente en el país, como diría Martí Batres o Mario Delgado, son asuntos de la derecha para afectar la percepción buena de los de dizque izquierda caviar.

“El otro caso muy lamentable, que también se está atendiendo, es que ayer el presunto responsable del asesinato del joven de la Normal de Ayotzinapa se fugó, el policía, y se está haciendo la investigación, desde luego la búsqueda y se van a fincar responsabilidades”, dijo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador durante su mañanera.

La declaración del mandatario sobre la fuga del presunto responsable del asesinato de uno de estos estudiantes, nos sumerge de nuevo en el sombrío episodio que ha marcado profundamente el tejido social y político de México. Suena muy serio lo que escribimos, en realidad levanta muchas críticas y fastidio en la población que está cercana al asunto. Como que acá en la capital del país nos cuentan una visión deslactosada de la violencia y falta de Estado que se vive en las regiones sangrientas del país, pero ya pocos les creen. La reiteración de su compromiso con la búsqueda de los jóvenes y la justicia parece chocar, una vez más, con la realidad de los hechos.

Mientras López Obrador pide ayuda a la ciudadanía y reafirma que no habrá impunidad, los acontecimientos recientes sugieren un escenario donde la impunidad sigue siendo una sombra alargada que cubre casos como el de Ayotzinapa.

Por otro lado, la fuga del policía acusado de estar involucrado en la muerte de uno de los normalistas de Ayotzinapa es un reflejo de la descomposición que, según el presidente, enfrenta México. Sin embargo, este incidente también pone de relieve las debilidades y complicidades dentro del sistema de justicia. La admisión presidencial de que hubo fallos en los protocolos y posiblemente complicidades en la fuga del acusado, resalta una vez más la urgente necesidad de reformas profundas en las instituciones encargadas de impartir justicia.

Impunidad es la palabra. Parece que los delincuentes pueden matar, secuestrar, desmembrar, pedir piso a los trabajadores honestos e incluso arrebatarles su historia familiar, mientras que la policía y el gobierno no hace nada y dice que no pasa nada. Pero también los policías de Guerrero, la gobernadora puede escudarse en su padre, y su padre bailar sin importarle los sentimientos de los afectados, que somos muchos.

Mientras tanto, la promesa de intensificar la búsqueda del policía fugado y la confianza expresada en que la Interpol no será necesaria, parece evidenciar una vez más la inclinación del gobierno por resolver los problemas internamente, sin recurrir a la ayuda internacional, incluso cuando dichos problemas trascienden las fronteras nacionales en términos de su impacto y significado. Parece que al mandatario le importa poco lo que pasa antes de irse de su Palacio.

Además, la conversación se desvía hacia temas tangenciales, como la muestra de "piedritas de río" y "balines" que el Presidente presenta como evidencia de provocaciones, intentando separar las acciones de algunos manifestantes de los movimientos legítimos. Este enfoque disperso puede interpretarse como un intento de desviar la atención de las críticas y cuestionamientos legítimos sobre la efectividad de las acciones del gobierno.

Y como pasita de arroz con leche, a mención de una campaña difamatoria en su contra, apoyada supuestamente por gobiernos estatales conservadores, refleja una vez más la tendencia a politizar los asuntos de seguridad y justicia. De minimizarlos al hacerse la víctima. En lugar de centrarse exclusivamente en resolver el caso Ayotzinapa y garantizar la seguridad y justicia para todos los ciudadanos, se sugiere que hay agendas políticas en juego, complicando aún más el panorama.

En este laberinto de declaraciones, acciones y promesas, lo que queda claro es que la tragedia de Ayotzinapa sigue siendo un símbolo de las fallas sistémicas en México y del mandatario saliente que se decía con el pueblo. Mientras los padres de los desaparecidos y la sociedad mexicana sigan clamando por justicia, la respuesta del gobierno no puede ser otra que acciones concretas, transparentes y eficaces que finalmente lleven a la verdad y la reconciliación. Por lo pronto, abracen a los que cachetean a sus padres, a los que roban a su madres, a los que asesinan a sus hijos, a los que les quitan su trabajo, a los que les secuestran a sus abuelos. Abrazos, no balazos.

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