/ domingo 18 de agosto de 2024

El camino que no debemos seguir 

Hay un país en América Latina que alguna vez fue un ejemplo de democracia y progreso. Pero, con el tiempo, se convirtió en un lugar donde el poder se concentró en pocas manos y la gente perdió su voz. En ese país, los organismos que antes protegían la democracia fueron debilitados o eliminados. El órgano electoral, encargado de garantizar elecciones justas, fue manipulado para favorecer a quienes estaban en el poder. El poder judicial, que debería ser imparcial, fue controlado, y el legislativo se volvió un mero instrumento del Ejecutivo, sin espacio para la oposición.

Podría parecer que hablo de Venezuela, un país que ha sufrido mucho en los últimos años, pero en realidad, estoy hablando de lo que podría pasar en México si no tomamos conciencia.

En México, hemos empezado a ver señales preocupantes. Se están debilitando los organismos autónomos que deberían servir como contrapeso al poder. El poder judicial, que debe ser independiente, está siendo atacado y controlado. Y lo más alarmante es que nuestro órgano electoral, que siempre ha sido crucial para la democracia, está bajo constante presión para cambiar a favor de quienes están en el poder.

No estoy exagerando ni creando alarmismo; simplemente estoy señalando lo que podría pasar si seguimos por este camino. Lo que sucedió en Venezuela no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Fueron pequeñas decisiones que, con el tiempo, llevaron al país a una crisis profunda.

En México, no podemos permitir que eso suceda. No podemos dejar que el poder legislativo sea un títere del Ejecutivo, ni que el poder judicial pierda su independencia. Tampoco podemos dejar que nuestro órgano electoral sea manipulado. La democracia no es solo tener instituciones, sino defender activamente la libertad y la justicia para todos.

Lo triste es que, muchas veces, los que dicen que están “defendiendo al pueblo” son los mismos que terminan dañándolo. México debe despertar y entender que nuestro futuro depende de mantener viva nuestra democracia. No podemos permitir que sigamos el mismo camino que Venezuela. El futuro de México está en nuestras manos, y no podemos dejarlo caer.

Hay un país en América Latina que alguna vez fue un ejemplo de democracia y progreso. Pero, con el tiempo, se convirtió en un lugar donde el poder se concentró en pocas manos y la gente perdió su voz. En ese país, los organismos que antes protegían la democracia fueron debilitados o eliminados. El órgano electoral, encargado de garantizar elecciones justas, fue manipulado para favorecer a quienes estaban en el poder. El poder judicial, que debería ser imparcial, fue controlado, y el legislativo se volvió un mero instrumento del Ejecutivo, sin espacio para la oposición.

Podría parecer que hablo de Venezuela, un país que ha sufrido mucho en los últimos años, pero en realidad, estoy hablando de lo que podría pasar en México si no tomamos conciencia.

En México, hemos empezado a ver señales preocupantes. Se están debilitando los organismos autónomos que deberían servir como contrapeso al poder. El poder judicial, que debe ser independiente, está siendo atacado y controlado. Y lo más alarmante es que nuestro órgano electoral, que siempre ha sido crucial para la democracia, está bajo constante presión para cambiar a favor de quienes están en el poder.

No estoy exagerando ni creando alarmismo; simplemente estoy señalando lo que podría pasar si seguimos por este camino. Lo que sucedió en Venezuela no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Fueron pequeñas decisiones que, con el tiempo, llevaron al país a una crisis profunda.

En México, no podemos permitir que eso suceda. No podemos dejar que el poder legislativo sea un títere del Ejecutivo, ni que el poder judicial pierda su independencia. Tampoco podemos dejar que nuestro órgano electoral sea manipulado. La democracia no es solo tener instituciones, sino defender activamente la libertad y la justicia para todos.

Lo triste es que, muchas veces, los que dicen que están “defendiendo al pueblo” son los mismos que terminan dañándolo. México debe despertar y entender que nuestro futuro depende de mantener viva nuestra democracia. No podemos permitir que sigamos el mismo camino que Venezuela. El futuro de México está en nuestras manos, y no podemos dejarlo caer.