Después de un mes de que se celebraron las elecciones presidenciales en nuestro país, se ha hecho evidente, una vez más, la profunda crisis interna y la falta de principios en los partidos políticos que conformaron la alianza opositora PRI-PAN-PRD. Estos institutos han demostrado ser incongruentes e hipócritas en su manejo del poder, priorizando su supervivencia política por encima de cualquier ética o compromiso con sus electores.
Recientemente el PRI, en su asamblea nacional, aprobó reformas a sus estatutos que permiten la reelección de su dirigente nacional hasta por dos periodos, así como un control oligarca en los comités estatales, medidas vistas como arbitrarias y que han sido ampliamente criticadas, no sólo por su militancia, también por la sociedad en general. Estas acciones reflejan una clara intención de perpetuarse en el poder, mostrando un descaro absoluto al no asumir la responsabilidad ante el desastroso desempeño en las elecciones. Lo menos hubiera sido realizar una autocrítica constructiva y trabajar en la reconstrucción del partido, sin embargo, el PRI opta por consolidar el control interno ignorando a las voces disidentes y a quienes lo edificaron.
Por su parte el PAN, ha manifestado una actitud muy similar. Su dirigente nacional en lugar de aceptar las responsabilidades por los malos resultados electorales, se ha dedicado a justificarse y a señalar a quienes supuestamente defendió durante el proceso electoral. Esta falta de asunción de obligaciones y la disposición de exponer a otros para proteger su posición, revela una acentuada crisis de liderazgo y moral dentro del partido. Lo más irritante del asunto, es que estos personajes que “encabezaron” la oposición, se aseguraron las primeras posiciones para cargos plurinominales, una maniobra que evidencia su prioridad de mantenerse en el poder a cualquier costo.
Estos acontecimientos dejan de manifiesto una desconexión total entre la realidad y las demandas de sus bases y la ciudadanía. Frases como “el PRI es el pueblo vuelto partido”, lejos de reflejar la verdad, subrayan el cinismo y la incongruencia del partido en su manejo del poder. No se debe olvidar el discurso de odio y repudio que durante más de tres meses la oposición y sus liderazgos desembocaron contra los sectores más vulnerables y que detonaron en los resultados que tenemos al día de hoy.
Recuperar la confianza ciudadana será extremadamente difícil bajo este contexto, donde la distorsión y corrupción son más que evidentes. Sin un profundo compromiso real por la transparencia y la renovación, la credibilidad de estos institutos seguirá deteriorándose hasta la pérdida de su registro como en el caso del PRD nacional. La falta de autocrítica, la imposición de decisiones arbitrarias y el descarado favoritismo hacia las élites, son indicativos de una clase política que ha perdido toda conexión con los principios democráticos y el verdadero sentido del servicio público.