/ sábado 21 de octubre de 2023

Cuatro horas de vida

Recientemente se informó que a Ucrania se le acabaron los activos de guerra humanos. Agotados sus militares y reservistas por muerte, heridas o cansancio, así como por salidas masivas del país y rendición de los soldados en el campo de batalla, el gobierno implementa el reclutamiento forzado de hombres por debajo o por encima de las edades consideradas aptas para el combate. A la limitante se le agrega la insuficiente preparación y motivación para enfrentar a un ejército profesional más grande y mucho mejor equipado.

Como resultado, se calcula que la expectativa de vida de los tomados en la leva oficial es de sólo cuatro horas en combate. La masacre que en el campo de lucha se consuma, comienza lejos, en los centros de decisión incluso de su propio gobierno, en las fábricas de armamento y en las salas de redacción.

La intención de vencer a Rusia le cuesta aproximadamente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la vida de 10 soldados ucranianos por la de cada ruso. A septiembre de 2023, medio millón de los primeros han muerto en una guerra para la que dieciocho meses antes se estaba firmando la paz. En ese momento, para mantener el conflicto la OTAN ofreció armas, logística y dólares a Ucrania, complementada con sanciones económicas y diplomáticas a Rusia. Uno de los resultados es el fortalecimiento de la alianza entre ésta y naciones del llamado sur global.

Otro saldo son los daños a las economías europeas. El totalitarismo occidental ha impuesto a sus propios pueblos un nuevo orden de relaciones internacionales conflictivas, reasignación desfavorable de recursos y sobreprecio de los productos sancionados. Europa padece una geoestrategia de crisis, pérdida de capacidades productivas, baja de calidad de vida e inseguridad, todo sustentado por mentiras y errores de cálculo de sus gobiernos.

La actual guerra Rusia – Ucrania muestra que existe un tercer contendiente beneficiado: el que financia el conflicto, desgasta a sus adversarios y lleva a la quiebra a sus aliados. Para ello no ha tenido que entrar en combate ni sufrir bajas humanas o en infraestructura. Sólo en 2022 Estados Unidos financió con casi 77 mil millones de dólares a Ucrania: 40 en armamento y logística militar, poco más de 30 en recursos financieros y el resto como ayuda humanitaria. A ello se suman enormes envíos desde Europa, todo destinado a la destrucción. Se puede decir que el gobierno de los invadidos ha vendido cara su paz y las vidas de sus soldados y población.

Según fuentes independientes, lejos de avizorar la victoria, Ucrania está siendo devastada a dos bandos: uno que ocupa territorio y otro que la sujeta con recursos y promesas. Es una guerra que occidente no puede ganar y que Rusia no puede permitirse perder porque siempre ha tenido la victoria en sus manos. La salida menos costosa a la tragedia es la misma que existía para evitarla: la negociación política, algo improbable en un conflicto armado que no termina de dar frutos a sus diseñadores.

Es que la guerra también se usa para obtener información de la contraparte y estimar los costos y probabilidades de éxito en futuros conflictos. La sospecha que los aliados ya confirman es su propia inferioridad frente a la tecnología y disponibilidad rusas. Sin embargo, el enfrentamiento debe mantenerse porque el retiro de las tropas antes de las elecciones de noviembre de 2024, puede costar al estadounidense Joe Biden su reelección presidencial.

Ahora, con la escalada de la guerra en Medio Oriente, Ucrania pierde centralidad mediática y atención mundial. Lo que sigue es más dinero y el desgaste “hasta el último ucraniano”, desgraciadamente.

Recientemente se informó que a Ucrania se le acabaron los activos de guerra humanos. Agotados sus militares y reservistas por muerte, heridas o cansancio, así como por salidas masivas del país y rendición de los soldados en el campo de batalla, el gobierno implementa el reclutamiento forzado de hombres por debajo o por encima de las edades consideradas aptas para el combate. A la limitante se le agrega la insuficiente preparación y motivación para enfrentar a un ejército profesional más grande y mucho mejor equipado.

Como resultado, se calcula que la expectativa de vida de los tomados en la leva oficial es de sólo cuatro horas en combate. La masacre que en el campo de lucha se consuma, comienza lejos, en los centros de decisión incluso de su propio gobierno, en las fábricas de armamento y en las salas de redacción.

La intención de vencer a Rusia le cuesta aproximadamente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la vida de 10 soldados ucranianos por la de cada ruso. A septiembre de 2023, medio millón de los primeros han muerto en una guerra para la que dieciocho meses antes se estaba firmando la paz. En ese momento, para mantener el conflicto la OTAN ofreció armas, logística y dólares a Ucrania, complementada con sanciones económicas y diplomáticas a Rusia. Uno de los resultados es el fortalecimiento de la alianza entre ésta y naciones del llamado sur global.

Otro saldo son los daños a las economías europeas. El totalitarismo occidental ha impuesto a sus propios pueblos un nuevo orden de relaciones internacionales conflictivas, reasignación desfavorable de recursos y sobreprecio de los productos sancionados. Europa padece una geoestrategia de crisis, pérdida de capacidades productivas, baja de calidad de vida e inseguridad, todo sustentado por mentiras y errores de cálculo de sus gobiernos.

La actual guerra Rusia – Ucrania muestra que existe un tercer contendiente beneficiado: el que financia el conflicto, desgasta a sus adversarios y lleva a la quiebra a sus aliados. Para ello no ha tenido que entrar en combate ni sufrir bajas humanas o en infraestructura. Sólo en 2022 Estados Unidos financió con casi 77 mil millones de dólares a Ucrania: 40 en armamento y logística militar, poco más de 30 en recursos financieros y el resto como ayuda humanitaria. A ello se suman enormes envíos desde Europa, todo destinado a la destrucción. Se puede decir que el gobierno de los invadidos ha vendido cara su paz y las vidas de sus soldados y población.

Según fuentes independientes, lejos de avizorar la victoria, Ucrania está siendo devastada a dos bandos: uno que ocupa territorio y otro que la sujeta con recursos y promesas. Es una guerra que occidente no puede ganar y que Rusia no puede permitirse perder porque siempre ha tenido la victoria en sus manos. La salida menos costosa a la tragedia es la misma que existía para evitarla: la negociación política, algo improbable en un conflicto armado que no termina de dar frutos a sus diseñadores.

Es que la guerra también se usa para obtener información de la contraparte y estimar los costos y probabilidades de éxito en futuros conflictos. La sospecha que los aliados ya confirman es su propia inferioridad frente a la tecnología y disponibilidad rusas. Sin embargo, el enfrentamiento debe mantenerse porque el retiro de las tropas antes de las elecciones de noviembre de 2024, puede costar al estadounidense Joe Biden su reelección presidencial.

Ahora, con la escalada de la guerra en Medio Oriente, Ucrania pierde centralidad mediática y atención mundial. Lo que sigue es más dinero y el desgaste “hasta el último ucraniano”, desgraciadamente.

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