/ lunes 4 de marzo de 2024

Complejidad mexicana

La industrialización nunca es sólo un proyecto material. Es también simbólico, como lo demuestran diversas experiencias mexicanas. Quizá la más relevante y menos notada la haya vivido con la llegada de China a los mercados internacionales. Desde el cambio de siglo, el país asiático vino a Latinoamérica para abastecerse de las materias necesarias para la manufactura. México en bloque dejó pasar al gran cliente, mientras que su competidor Brasil consiguió un crecimiento económico que le permitió ganar distancia.

Es que frente a los beneficios abundantes e inmediatos que habría obtenido por surtir a China para su conquista del mercado de Estados Unidos (EUA), México decidió disputárselo y afianzar su lugar como exportador natural a su región económica. Esta determinación nacional en sí misma es notoria porque procede contra dos historias bien establecidas: el cortoplacismo de los capitales mexicanos y el egocentrismo de los estadounidenses.

Nada en la literatura oficial, privada o académica localizada hasta la fecha, menciona esta concertación espontánea de las firmas establecidas en el país, que de inmediato les costó perder mercado frente a la locomotora que declinaron abordar. Lo peculiar es la ausencia de rastros de una dirección impulsada por nuestros gobiernos neoliberales, o de incentivos a los privados para permanecer mexicanos y norteamericanos.

Tras años de conflictos comerciales entre China y EUA, así como de resistencia y persistencia por parte de México, llegamos al presente de la relocalización de capitales en la región. Un tratado comercial más estricto y cerrado dio lugar a una narrativa que al conocido tecnicismo nearshoring añade un guiño: friendshoring. Abundan los análisis que proponen la posibilidad de que México se convierta en la fábrica por lo menos de Norteamérica, ya habiendo desplazado a Canadá y a China, el participante incómodo.

¿Pero este cambio mayor de escenario se explica por factores externos a México, así como ocurre en los golpes de suerte? No. El país ha invertido transexenalmente en su vecindad. Hace tiempo que los intercambios de mercancías y servicios con EUA alcanzaron los 1,650 millones de dólares al día, con un saldo favorable a la balanza mexicana, pero con la ventaja para su vecino al norte de que ahí mismo se originan muchos de los componentes y trabajo incorporados en las mercancías que recompra transformadas. Aun los productos que adquiere de Canadá quedan lejos de la inclusión que le da México: un automóvil norteamericano puede cruzar en ambos sentidos la frontera siete veces hasta su terminación e internación final.

México ha aprendido en el proceso y ganado en complejidad e identidad para alcanzar tal nivel de integración. Uno de varios caminos seguidos por el país es la maquila. Contra lo que se piensa, el modelo no se refiere a un tipo de producción, sino a un régimen fiscal específico para importación temporal de bienes no terminados, agregación local de valor y exportación. Al Ensamblado en México, la industria maquiladora ha agregado otras complejidades: Hecho, Creado, Coordinado e Integrado, siempre en México. Progresivamente, el sector manufacturero nacional incorpora investigación y desarrollo, diseño, logística y un sector experto de apoyo legal y operativo.

De acuerdo con el último dato del Observatory of Economic Complexity, de Harvard y Massachusetts, en 2021 México ocupaba la posición 23 en la complejidad de sus exportaciones, muy lejos del resto de Latinoamérica. A excepción de EUA en el décimo lugar, los países con mejores calificaciones carecen relativamente de potencial agroindustrial que baje su promedio. Descontada la distorsión de economías únicamente manufactureras, las primeras exportadoras de baja, media y alta complejidad fueron EUA y México, seguidos de China y Canadá. Así va la compleja apuesta industrial y cultural mexicana.

La industrialización nunca es sólo un proyecto material. Es también simbólico, como lo demuestran diversas experiencias mexicanas. Quizá la más relevante y menos notada la haya vivido con la llegada de China a los mercados internacionales. Desde el cambio de siglo, el país asiático vino a Latinoamérica para abastecerse de las materias necesarias para la manufactura. México en bloque dejó pasar al gran cliente, mientras que su competidor Brasil consiguió un crecimiento económico que le permitió ganar distancia.

Es que frente a los beneficios abundantes e inmediatos que habría obtenido por surtir a China para su conquista del mercado de Estados Unidos (EUA), México decidió disputárselo y afianzar su lugar como exportador natural a su región económica. Esta determinación nacional en sí misma es notoria porque procede contra dos historias bien establecidas: el cortoplacismo de los capitales mexicanos y el egocentrismo de los estadounidenses.

Nada en la literatura oficial, privada o académica localizada hasta la fecha, menciona esta concertación espontánea de las firmas establecidas en el país, que de inmediato les costó perder mercado frente a la locomotora que declinaron abordar. Lo peculiar es la ausencia de rastros de una dirección impulsada por nuestros gobiernos neoliberales, o de incentivos a los privados para permanecer mexicanos y norteamericanos.

Tras años de conflictos comerciales entre China y EUA, así como de resistencia y persistencia por parte de México, llegamos al presente de la relocalización de capitales en la región. Un tratado comercial más estricto y cerrado dio lugar a una narrativa que al conocido tecnicismo nearshoring añade un guiño: friendshoring. Abundan los análisis que proponen la posibilidad de que México se convierta en la fábrica por lo menos de Norteamérica, ya habiendo desplazado a Canadá y a China, el participante incómodo.

¿Pero este cambio mayor de escenario se explica por factores externos a México, así como ocurre en los golpes de suerte? No. El país ha invertido transexenalmente en su vecindad. Hace tiempo que los intercambios de mercancías y servicios con EUA alcanzaron los 1,650 millones de dólares al día, con un saldo favorable a la balanza mexicana, pero con la ventaja para su vecino al norte de que ahí mismo se originan muchos de los componentes y trabajo incorporados en las mercancías que recompra transformadas. Aun los productos que adquiere de Canadá quedan lejos de la inclusión que le da México: un automóvil norteamericano puede cruzar en ambos sentidos la frontera siete veces hasta su terminación e internación final.

México ha aprendido en el proceso y ganado en complejidad e identidad para alcanzar tal nivel de integración. Uno de varios caminos seguidos por el país es la maquila. Contra lo que se piensa, el modelo no se refiere a un tipo de producción, sino a un régimen fiscal específico para importación temporal de bienes no terminados, agregación local de valor y exportación. Al Ensamblado en México, la industria maquiladora ha agregado otras complejidades: Hecho, Creado, Coordinado e Integrado, siempre en México. Progresivamente, el sector manufacturero nacional incorpora investigación y desarrollo, diseño, logística y un sector experto de apoyo legal y operativo.

De acuerdo con el último dato del Observatory of Economic Complexity, de Harvard y Massachusetts, en 2021 México ocupaba la posición 23 en la complejidad de sus exportaciones, muy lejos del resto de Latinoamérica. A excepción de EUA en el décimo lugar, los países con mejores calificaciones carecen relativamente de potencial agroindustrial que baje su promedio. Descontada la distorsión de economías únicamente manufactureras, las primeras exportadoras de baja, media y alta complejidad fueron EUA y México, seguidos de China y Canadá. Así va la compleja apuesta industrial y cultural mexicana.

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